El
mundo familiar es un universo tan complejo y diverso, como complejos y diversos
somos los seres humanos que formamos parte de esos mundos. ¿Por qué muchas
veces el ambiente familiar tiene que volverse tan complicado? ¿No se supone que
somos... “familia”? Esas preguntas me las hacía Irma (Nombre que utilizaré para
proteger su identidad), una chica que vino a mí buscando consejería, mientras
me relataba su conflictiva vida familiar. Su historia, a veces topaba los
límites de lo increíble. Había escuchado a mucha gente contarme sus problemas y
pleitos familiares, pero el caso de Irma me dejaba, cada vez, sin argumentos,
sin respuestas. Me era difícil asimilar que todo eso podía pasarle a alguien en
una sola vida, en una misma casa, y con sólo 17 años.
Irma
fue abandonada por su madre dos días después de su nacimiento. Ella y su
hermana mayor de 1 año y seis meses llegaron al atormentado mundo de una madre
que apenas tenía 16 años. En cuanto la madre pudo recuperarse del angustioso e
indeseado parto, salió del hospital del seguro y se dirigió a la casa de la
abuela paterna de las niñas, ahí se encontraba Claudia (nombre suplente), la
hermana mayor de Irma. La anciana suegra, cuando escuchó a la mamá de Irma
tocar la puerta, bajó con Claudia en brazos y abrió la puerta. La angustiada
madre apenas saludó, subió al dormitorio, acostó a Irma en la única cama de la
casa, le dejó unos cuantos pañales y un biberón con leche de vaca; y luego dijo
confundida: “Que su padre se haga cargo o vean ustedes qué hacer con ellas”.
Acto seguido, desapareció; al mismo tiempo en que Irma, con dos días de edad,
empezaba a llorar de hambre en los brazos de su abuela.
A
decir verdad, lo que más me sorprendió al oír esta historia, fue el rostro
impasible de Irma mientras me lo contaba. Su mirada era imperturbable, no
tenía gesto alguno, me lo contaba con toda naturalidad. Sin hacer ninguna pausa
para ver mi reacción sobre lo que me había contado, continuó. Su padre se hizo
cargo de las dos hermanas. Pero mientras la oía, pensaba en que hubiese sido
mejor que no lo haga. Le tocó criarse con un padre alcohólico que la violentó
física, verbal y sexualmente desde temprana edad. Su abuela apenas podía
intervenir para evitar los maltratos. La historia de Irma me dejaba atónito
mientras continuaba su relato, ¡la vida no le había dado tregua! Ella vino a mí
por consejería, pero el tiempo había pasado tan rápido que no alcanzamos a
tocar el motivo principal de su visita. Tenía que irse a la universidad y no se
había dado cuenta de la hora. Así es, Irma estaba en la universidad. Había escapado
de su casa a los 13 años, seis meses después de que su hermana hiciera lo
mismo, desapareciendo sin dejar rastro. Irma, con mucho esfuerzo logró salir
adelante apoyada por una tía lejana que la recibió.
- En
la siguiente cita te contaré por qué vine, me dijo, y se fue casi sin
despedirse.
Cuando
el pastor Abiud me pidió que compartiera hoy la reflexión con ustedes, y me
dijo que el título de la reunión será: “Mi familia no es mi enemiga”, la
historia de Irma no dejaba de rondar por mi cabeza, creía que podía ser
inspiradora para un tema como éste.
Quizá
ninguno de ustedes tuvo que pasar por lo que Irma pasó, pero estoy seguro que
en más de una oportunidad se han preguntado como Irma ¿Por qué el ambiente
familiar tiene que ser tan complicado? “¡Se supone que somos familia!”.
-
La
familia es el receptáculo desde donde enfrentamos la vida.
La
familia es el espacio que Dios nos ha dado para vivir, todos vivimos en el
contexto de una familia, y la vida tiene altos y bajos. Utilicemos la siguiente
analogía: El hogar es como un barco navegado por sus propios constructores, y
el barco que navega se encontrará necesariamente con aguas quietas y con aguas
tempestuosas. Pensemos, en medio de una tormenta ¿cuál será el problema en las situaciones
complicadas? ¿El mar? No, el mar es así; puede ser quieto un momento, pero
puede agitarse de pronto. Este mar representa a la vida. Dice el libro de
Eclesiastés que en la vida todo tiene un tiempo, tiempo de reír y tiempo de
llorar, tiempo de abrazar y otro para despedir, es decir, cuando en la vida nos
toca llorar, entendamos, en primer lugar, que no será para siempre y en segundo
lugar que es parte del proceso natural de la vida. No le puedes pedir a la vida
que te traiga sólo momentos felices, así como no puedes pedirle al mar que sólo
tenga aguas calmadas. No le puedes pedir a la vida que no hayan momentos
tristes, sino, ¿cómo entenderíamos el sentido de disfrutar los tiempos de gozo?
Entonces
la culpa no es del mar. Aún quedan dos elementos, el barco y sus constructores
que lo navegan. ¿Será el barco el problema? Tampoco, el barco sólo es el
receptáculo de los navegantes; que resista o no a la tempestad, depende de cuán
sabios fueron sus constructores para hacerlo resistente a los malos tiempos. Si
el barco naufraga o no en una tempestad, será solamente para desdicha o gloria
de quienes lo construyeron. Este barco es el hogar… “hogar, dulce hogar”. A
veces creemos que el hogar, por sí mismo debe ser un receptáculo de amor,
comprensión, paz, etc. Eso no es cierto, las tempestades son inevitables y
pueden amenazar el bienestar de nuestro barco; que la paz, la comprensión y el amor se mantengan, depende únicamente de
la sabiduría de sus constructores.
Entonces,
sólo nos quedan los constructores. Ellos son los únicos responsables de que
nuestra familia se convierta en “nuestra enemiga” frente a las desavenencias de
la vida. Es decir, si en esta tarde, el tema de la reunión te cae como anillo
al dedo; de partida debemos decir que, como dice el título: “Mi familia no es
mi enemiga”, los verdaderos responsables somos los constructores de esa
familia. Nosotros decidimos cómo reaccionar frente a la tempestad, y cómo
dirigimos el barco cuando las aguas están calmadas. No hay un solo piloto,
todos somos responsables.
-
La
¿Sagrada Familia?
Viene
a mi memoria un trágico cuadro familiar de la Biblia. Dicen, los y las que han
vivido, que no hay cosa peor que experimentar la muerte de un hijo. Me ha
tocado pastorear en ambientes familiares donde la pérdida de un hijo ha dejado
el hogar devastado. Más aún, cuando la tragedia lleva consigo situaciones de
rencillas familiares que ya no podrán ser saldadas.
Esta
escena bíblica, lleva implícita un fuerte sentimiento familiar, una carga de
contradicciones y esperanzas, perdón y fortaleza. Acompáñenme a leerla en El
Evangelio Según San Juan 19,26-27.
“Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre:
Mujer, he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu
madre. Y desde aquella hora el discípulo
la recibió en su casa.”
La escena que Juan retrata
en su evangelio, no es sino, el fin de un contexto familiar complicado. ¿No les
causa curiosidad que en los relatos de los evangelios existe una gran ausencia
familiar de Jesús? Sólo su madre está presente en su muerte. Pues, no es de
extrañarse, la vida familiar de Jesús puede hacernos sentir identificados a
muchos de nosotros hoy. Es cierto que no sabemos mucho, y la Biblia no tiene información
sobre los pormenores de la vida familiar de Jesús. Pero, unos pocos pasajes
sugieren que, en ocasiones, las relaciones eran hostiles.
Las menciones a la familia
de Jesús son escasas, pero cuando aparecen, no
necesariamente existe un ambiente fraterno de aceptación y buen
ambiente. Cuando Jesús es encontrado por sus padres en el templo, después de
que lo habían estado buscando tres días con angustia, Jesús les dice: ¿No
sabían que en los negocios de mi padre me es necesario estar?, ante tal declaración
el texto afirma: “Mas ellos no entendieron las palabras que les habló” (Lucas
2,39-52).
Creo que este episodio
resume la realidad de las relaciones familiares de Jesús durante toda su vida:
“Mas ellos no entendieron”. Tal parece que el seno familiar de Jesús nunca
entendió cabalmente la misión que él tenía, de tal modo que, en una ocasión
cuando su madre y hermanos fueron a buscarlo por alguna razón, no pudiendo
llegar hasta donde él estaba por causa de la multitud, mandaron a llamarle; ante
el llamado de sus familiares, Jesús respondió lo siguiente: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la
Palabra de Dios, y las hacen” (Lucas 8,21). Este texto es altamente
sugestivo para nuestro tema. Pueden darse muchas interpretaciones, pero yo creo
firmemente que Jesús no atiende a sus familiares porque quería evitarse otra
discusión respecto a su llamado salvífico. Puedo pecar de muy imaginativo, pero
algo está claro, la “Sagrada Familia” tenía dificultades que resolver.
Ahora, regresemos al texto
que leímos e imaginemos la escena narrada, sobre la base del contexto familiar
que observamos. Jesús está crucificado y levantado por un madero, frente a los
ojos de su madre. El texto no registra a ningún otro pariente más, no sabemos
si estaban o no, pero el cuadro es devastador. Así que, Jesús no podía morir
sin antes resolver aquello que solamente frente a la cruz puede ser resuelto. En
el último momento de su vida terrena como hombre, Jesús se preocupa por un
asunto que muchos de nosotros hemos decidido enterrar y dejar inconcluso.
¡Jesús sabe que su familia no es su enemiga!, aún cuando no estaban totalmente
de acuerdo con él; quizá se burlaron de sus propósitos, de su sueño de salvar
el mundo; tal vez se avergonzaron de él cuando fue apresado, y tal vez se avergonzaron
de él cuando estaba siendo crucificado como un malhechor y decidieron
abandonarlo y dejarlo solo con su dolor. Aún así, Jesús sabe que es momento de
resolver el asunto, ¡no había más tiempo!, ¡no podía seguir postergándose!
-
Tu
familia no es tu enemiga, no sigas cargando la deuda.
Cinco días después de la
cita que tuvimos con Irma, ella regresó para contarme la verdadera razón de su
preocupación. Su madre había regresado, la buscó, y después de 17 años quería
encontrarse nuevamente con ella. Le pregunté cuál era su opinión, si había
tomado alguna decisión, y me dijo: Pastor, hace dos años Cristo entró a mi
corazón y en todo este tiempo he tratado de ser fiel a su Palabra. Pero hay una
parte de mí que no puede dejarlo entrar, esa parte se llama: “familia”. Mi
familia fue lo peor que Dios me pudo haber dado y he aprendido a vivir sin
ella. Y ahora viene esta señora a pedirme que nos veamos, seguramente me dirá que está arrepentida y
que quiere remediar las cosas; pero el pasado que me ha tocado vivir por su
culpa, no tiene perdón, no tiene remedio.
Me seguía impresionando la
impasibilidad en el rostro de Irma al hablar, no se quebrantaba, su voz era
firme; pero de pronto una lágrima corrió por su rostro y me di cuenta de la
profunda necesidad que tenía de perdonar. Le dije: Irma, las deudas necesitan
ser saldadas. Cuando alguien toma algo que es tuyo, sólo existen dos formas de
resolver el conflicto, que esa persona te devuelva lo que cogió o que tú
perdones su deuda. La felicidad que tu madre te quitó, la dignidad y la
inocencia que te robó tu padre, el orgullo y la autoestima que tu madre te
quitó al dejarte como algo que no valía la pena, ella no te lo puede devolver.
Tu madre ha adquirido una deuda tan grande contigo, y tan imposible de saldar,
que la única manera de que tu no sigas andando por el mundo cargando esa deuda
en tus hombros, es perdonando.
Jesús, desde la cruz tenía
que escoger, llevarse la falta de aceptación y comprensión familiar hasta la
tumba o entregarle a María una palabra perdonadora y de esperanza en el último
minuto. Seguramente no fue fácil para María criar a un hijo como Jesús, después
de la anunciación del ángel las cosas no fueron sencillas. Imaginemos por un
momento a ese Jesús humano que se presenta frente a su familia un día, y les
dice que debe salir a cumplir su misión de salvar al mundo. Por lo que la
Biblia dice, al parecer no contó con la aprobación familiar que hubiese
deseado. Y María, que conocía el anuncio del ángel, también desconocía el
destino fatal de la cruz. Así que Jesús, miró fijamente a su madre y le dio una
nueva oportunidad de ser madre. Le dijo: Tranquila, todo está bien, entiendo
que era difícil para ti, pero no sigas cargando la deuda, ¡He ahí tu Hijo!
Quizá María pensaba en que ya no habría oportunidad para hacer bien lo que en
su momento no se hizo; pero, frente a la cruz todo es posible.
Irma tomó una decisión,
entendió que su familia no era su enemiga, que el barco no tenía la culpa, sino
que los constructores no habían hecho bien su trabajo. Y que ella tenía, ahora,
la oportunidad de tomar las riendas de una embarcación que se había perdido en
medio de la tempestad y dejar que Dios lleve esa nave a buen puerto. Se
encontró con su madre, la perdonó, y aunque el proceso de perdonar es largo y las
cicatrices le recuerdan el daño que le hicieron, en Cristo encontraron la forma
de vivir sin deudas.
Cuando Jesús hizo eso con
María, fue un proceso perdonador para ella. El cuadro de la cruz se recrudece
cuando pensamos en que, frente a frente, no está sólo una madre que ve a su
hijo morir; está una madre que llora la culpa de no poder haberle dado un
ambiente familiar que respalde sus sueños, que le diga: vamos Jesús, tu familia
está contigo. ¿Crees que Jesús no lo necesitaba? ¿Por qué, porque era Dios?
Jesús necesitaba de su familia, tanto como tú necesitas de la tuya ¿Qué es tu
familia para ti? ¿Es tu amiga? O estás atesorando cosas en tu corazón en contra
de algún miembro de tu casa, en contra de tus padres porque fueron injustos, tu
hermano o hermana, porque no salió a tu favor cuando creíste que debió hacerlo,
tíos que te calumniaron o hablaron sin medir las consecuencias. Tal vez, te
sientes deudor de alguien y crees que ya no puedes remediarlo porque esa
persona ya no está contigo. Frente a la cruz todo es posible.
Tal vez la historia de Irma
sólo te cause pena, y dices: Gracias a Dios mi familia es perfecta, no tengo
quejas. Pero, todos sabemos que no existe la familia perfecta; porque todo
hogar se construye con gente imperfecta, y mientras nuestras imperfecciones
convivan juntas en una misma casa, la clave del perdón será la única brújula capaz
de mantener nuestro barco a flote en medio de la tempestad.
Hoy Jesús te dice, joven,
señorita: He ahí tu padre, he ahí tu madre, he ahí tu hermana, tu hermano, he
ahí tus abuelos, tus tíos… He ahí, ¡Otra oportunidad! Otra oportunidad para ser
familia. ¿Qué vas a hacer? Haz lo correcto, recibe, frente a la cruz, una nueva
oportunidad para perdonar; recibe frente a la cruz una nueva oportunidad para
entender que tu familia no es tu enemiga… es una bendición de Dios.
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