Hace algún tiempo atrás, en el SEMISUD (seminario donde soy profesor) me pidieron que traiga una reflexión que aborde el tema de: "El compromiso ministerial". Revisando entre mis archivos, he vuelto a encontrarme con este escrito, el cual he querido compartirlo en este blog. Espero que sea una invitación a la reflexión como lo ha sido para mí. Saludos.
EL COMPROMISO DE SER AUTÉNTICOS
“13 Basta de
palabras. Todo está dicho. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es
ser hombre cabal. 14 Porque toda obra la emplazará Dios a juicio,
también todo lo oculto, a ver si es bueno o malo”.
Eclesiastés
12,13-14
El capellán me sugirió
que reflexionemos acerca de nuestros compromisos en el ministerio; y para esta
mañana he escogido hablar de un compromiso que muchas veces olvidamos, me
refiero al compromiso de ser nosotros mismos, al compromiso de ser auténticos,
el compromiso de ser hombres y mujeres cabales.
Pero esto no es
solamente una preocupación contemporánea nuestra; desde siempre, las personas
han buscado vivir plenamente, y han buscado la plenitud de una vida auténtica en las cosas que han
creído las más indicadas. Lo más seguro es que estés aquí hoy, sea como
seminarista o maestro, porque esto forma parte de la búsqueda de la plenitud de
tu vida. Y las gentes, hacen negocios, cursan carreras, se casan o no se casan,
trabajan más o trabajan menos, porque quieren alcanzar una vida digna y plena
para llegar a ser varones y mujeres cabales.
El Qoelet, que
posiblemente no fue ni sacerdote, ni profeta; sino un sabio racionalista de su
época, encontró la misma preocupación en la gente de su entorno, y comenzó a
observar detenidamente cómo todos los que vivían debajo del Sol, buscaban
encontrar la plenitud de la vida en las cosas que hacían. Echa una ojeada a su
alrededor, como observador y como filósofo; le impresionan los esfuerzos
excesivos de los hombres, en todas las situaciones, para alcanzar la
autenticidad, pero a la vez se da cuenta que esos esfuerzos excesivos, son
vanos. Y en general lo que el Qoelet condena, son los esfuerzos exagerados, la
búsqueda exagerada, sea cual sea el objeto al que se aplique: sabiduría,
placeres, trabajos, deseos de cambiar el curso de los acontecimientos o la
sociedad.
Y es en esta parte
donde entra nuestra relación con el análisis del Qoelet. El hombre y la mujer
de hoy han perdido el arte de vivir y lo que el Qoelet quiere hacer es, enseñar
a vivir la vida como un arte, al cual podemos apreciar con detenimiento y
deleitarnos en sus detalles. Lo acelerado de nuestras sociedades han convertido
la vida en una competencia constante y esta misma filosofía de vida viene afectando
también el desenvolvimiento ministerial de pastores y líderes en las iglesias. Lamentablemente,
en algún momento de nuestro genuino servicio, nuestra vocación ministerial se
convierte en una lucha por las oportunidades, una conquista de títulos, credenciales
y cargos de renombre en las denominaciones, una carrera hacia el éxito, hacia
el dinero, hacia el placer, hacia la gloria; la reflexión del Qoelet al ver
esta realidad concluiría en que esto acabará irremediablemente en frustración y
fracaso, en algo que apesta como el “hevel”, que algunas biblias traducen como
vanidad.
Es por eso que la frase
que cierra el Eclesiastés, es una advertencia a que tengamos cuidado con las
formas que estamos utilizando para alcanzar una vida auténtica, un ministerio
auténtico. Más que una amenaza de juicio (v. 14), es una exhortación
a vivir sabiamente. Nadie quisiera encontrarse frente a Dios al final del
camino, agobiado con exceso de equipaje de tantas cosas que pensó eran tan
importantes en la vida, pero que eran totalmente vacías, fútiles, sin ningún
valor permanente.
1.
BASTA DE PALABRAS. TODO ESTÁ DICHO (V. 13)
Nuestro texto comienza diciendo: Basta de Palabras.
Lo que en la RV se traduce como: el fin del discurso. En otras palabras, basta
de buscar por los caminos equivocados. “¡Basta de palabras!”. Esta afirmación
equivaldría a nuestra expresión: “dejémonos de rodeos”, “vamos directo al
grano”. ¿De qué se había cansado el sabio? Se había cansado de observar y
reflexionar sobre las muchas formas en las que el ser humano intenta alcanzar
la plenitud de la vida y cómo fracasa en cada intento.
El Predicador lleva a su audiencia en una jornada a
través de todo tipo de dudas y temores que una persona puede encontrar en el
curso de su vida. Su tema tiene que ver con reflexionar sobre todas aquellas
cosas que parecen realmente importantes, pero que en su análisis final son tan
superfluas y vacías.
SI hiciéramos sobre nuestra realidad personal y
ministerial, el mismo ejercicio reflexivo que hizo el Qoelet sobre su entorno,
¿cuál sería nuestra impresión? ¿Encontraríamos las mismas frustraciones y
decepciones que encuentra el predicador? ¿Diríamos vanidad de vanidades, todo
es vanidad?
¿Cuáles son aquellas cosas que nos fatigan debajo
del Sol? Concentrémonos en las reflexiones finales del Qoelet después de la
observación realizada. A partir del versículo 11 del capítulo 9, empieza las reflexiones
finales del sabio; y éstas se pueden resumir en que: si hay algo que fatiga la
existencia humana es pensar que la plenitud de la vida se alcanza en los
intereses, posiciones, posesiones, condición social, goces y comodidades
adquiridas por nuestras capacidades. Cuando esto sucede, la misma esencia del
ser se tuerce y pervierte.
-
La
plenitud de la vida, no depende de nuestras capacidades.
“Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”.
(9,11)
La preocupación
desmedida por ser los mejores, siempre traerá frustración y decepción a nuestra
vida, si creemos que de eso dependerá vivir una vida plena. Si eres estudiante,
esfuérzate por ser un buen estudiante, adquiere todas las destrezas y los conocimientos
que puedas, gánate la medalla académica, ministerial, obtén méritos, haz con
diligencia todo lo que has venido a hacer; pero ten algo claro: tu éxito
ministerial, no descansa sobre las capacidades que adquieras, ni de cuánto
sabes, ni de cuántas cosas puedes hacer.
Muchas veces nos
engañamos, y pensamos que porque hemos sido los estudiantes más sobresalientes,
la iglesia nos debe posicionar debidamente, con un buen trabajo en alguna
iglesia u oficina y con una solvente remuneración. El sabio predicador nos
diría, la carrera no siempre es de los más ligeros, ni la guerra la ganan
siempre los más fuertes. No vivas esperando que la vida te retribuya el
esfuerzo que haces, vive y fórmate de tal manera que cuando te lleguen el
tiempo y la ocasión no eches a perder las oportunidades de poner al servicio
tus capacidades.
-
La
plenitud de la vida no depende de la fama bien ganada.
“Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al
perfume del perfumista; así una pequeña
locura, al que es estimado como sabio y
honorable”. (10,1)
Si hay algo que nos preocupa mucho en la vida es
nuestra reputación. Aunque alguien diga yo no vivo de lo que otros digan, a
todos nos interesa saber qué opinión tienen los demás de nosotros. La forma en
que vestimos, hablamos, caminamos, pensamos; son modos de proyectar una imagen
que quisiéramos acuñar en el imaginario de los demás.
Ministerialmente hablando, esto puede recrudecerse
aún más, porque nos volvemos personas más notorias, si somos maestros, nos
preocupa qué dirán los alumnos de nuestras clases, qué se dirá en otros países
o instituciones sobre nuestro nivel académico; si somos pastores, nos preocupa
el concepto que tenga la congregación sobre nuestra función pastoral, qué
pensarán las otras iglesias sobre nuestra gestión.
Esto hace que, consciente o inconscientemente,
empecemos a construir una imagen obviamente favorable respecto a nosotros. Pero
el Qoelet se da cuenta de que muchas veces, esto es vanidad y fatiga del alma;
porque existe un principio, y este es el principio del perfumista: que no
importa cuánto se halla esforzado para hacer el mejor perfume, basta una
pequeña mosca para echar a perder su buen olor.
Así también, no importa cuánto te esfuerces por
construir una buena reputación, bastará un pequeño descuido, una pequeña
locura, en palabras de Yatenciy, un pequeño desliz; para que las personas te
señalen por el error y no por tus aciertos. Esto se agudiza aún más, cuando la
plenitud del sentido de tu vida está basada en un elemento tan frágil como es
la reputación.
Hay personas cuya motivación principal en la vida es
cuidar su reputación. Pastores que preparan sermones para cuidar su reputación,
estudiantes que se esfuerzan para cuidar su reputación, profesores que se
amanecen preparando una clase para cuidar su reputación. El problema aquí no es
la acción, sino, lo que motiva esta acción. Lo peor de todo esto es que cuando
de nuestra reputación se trata, nos ponemos exigencias tan altas que muchas
veces traen frustración. Nos preocupa la reputación de nuestra familia pastoral
y ponemos exigencias tan altas a nuestros hijos o esposas, que no les dejamos
oportunidad para equivocarse. La reputación de nuestra iglesia se vuelve tan
importante, que exigimos a nuestros líderes a cumplir sus responsabilidades de
tal manera que nuestras actividades no tengan márgenes de error.
Cuando la reputación es una preocupación exagerada
en nosotros, nos desesperamos cuando no logramos nuestros propósitos y las
cosas no salen como esperamos. Reaccionamos de forma insensible ante las
personas y las situaciones, es tan insensible, que maltratamos a nuestra
familia, maltratamos a nuestros líderes, nos maltratamos a nosotros mismos,
porque no hemos conseguido el 100% de nuestras expectativas. David Hormachea
explica la frustración a través de la siguiente fórmula: Si tus expectativas
son del 100% y alcanzas solamente el 25%, tendrás 75% de frustración en tu
vida. Cuando nos tenemos a nosotros mismos como los estudiantes modelos, los
padres ejemplares, los pastores referentes o los maestros más doctos, y
elevamos nuestras expectativas sobre lo que nos merecemos en la vida al 100% y
de eso sólo recibimos el 40%, habremos ganado un 60% de frustración. Esto,
diría el Qoelet, es vanidad. Esto apesta.
Si las expectativas que tenemos por vivir una vida
santa, apartada, inmaculado es del 100%, y de eso alcanzamos apenas un 20%,
tendremos un 80% de frustración. Lo que el predicador quiere decir es, no
importa la fama que te hayas ganado, y el renombre que hayas conseguido, y
aunque las personas te tengan por sabio y honorable, tú no te tragues el
cuento, y sé consciente de que esa fama es tan frágil como el perfume del
perfumista.
Si las búsquedas inadecuadas de la personas por
vivir una vida plena se resumen en estos asuntos, entonces ¿cuál es la opción?
2.
RESPETA
A DIOS Y GUARDA SUS MANDAMIENTOS
Qohelet nos deja con el recordatorio de que el
antídoto para la aflicción de espíritu en este mundo de vanidad es mantener a
Dios en el centro de nuestra existencia, guardando sus mandamientos. Este es el
todo, el fin último de la vida.
Solo una
relación sólida y positiva de temor reverencial con Dios puede llevar a la
realización plena de la intención divina, a la “eternidad en los corazones” de
que habla el Maestro de la congregación.
Para nosotros,
que cuando hablamos de mandamientos pensamos en términos legales, el consejo
final parece una carga más. En cambio los judíos, para quienes la Ley [Torah] es instrucción, precepto,
consejo, guía para la vida; guardar los mandamientos es un privilegio, un honor
deseable más que el oro y la miel (Salmos 19). Es una manera de afirmar la
relación de intimidad con Dios, de respetar y reverenciar su voluntad revelada.
Lo contrario resulta en fingimiento, impostura, farsa de vida, la suprema
vanidad.
El hecho de que un día tendremos que
dar cuenta de toda obra, “juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea
mala”, es un llamado a la responsabilidad moral. La manera como yo vivo
-honesta o deshonestamente, confiando en la bondad de los demás o sospechando
de todo el mundo, con egoísmo o pensando en el bienestar de otros, con
hipocresía o sinceridad, afanado por las vanidades de la vida o preocupado por
los valores eternos- hace una diferencia no sólo en el otro mundo, sino
especialmente “debajo del sol” donde mis compañeros y compañeras de jornada
también luchan por encontrar el sentido de la vida.
Estas cosas no harán mucha
diferencia en mis oportunidades de subir en la escala social, abultar mi cuenta
de banco, o ganar la adulación de los hombres y mujeres. Pero para Dios mi vida
cuenta y a él no puedo engañarlo pretendiendo ser quien no soy.
Si de algo se
dio cuenta el Qoelet es que muchas veces buscamos la plenitud y la autenticidad
de la vida, intentando ser lo que no somos. Pensamos que somos nuestras
capacidades y no es verdad; nuestras capacidades son parte de lo que somos.
Pensamos que somos lo que los demás dicen o perciben de nosotros, pero no es
cierto, eso es sólo la punta del iceberg que se muestra ante los ojos de los
demás.
El sabio se dio
cuenta que la única manera de poder encontrarnos y vivir auténticamente, era
encontrándonos con Dios y ser nosotros mismos siempre. Ese es el reto de Dios
para nosotros, todo lo demás es vanidad. Tú no eres lo que tus calificaciones
dicen (sean buenas o malas), no eres el título que tienes o el cargo que
representas. Cuando estemos frente a aquel que nos llamó, nos desnudará de
todas aquellas cosas con las que nos hemos arropado en el curso de nuestra
carrera ministerial, sin notas, sin cargos, sin oficinas, sin títulos, sin
fama, sin aulas… es mi deseo, que después de desnudarnos por completo, el Rey
de Reyes encuentre una vida plena y auténtica.
Mtr. José Verdi.
Mtr. José Verdi.