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viernes, 21 de marzo de 2014

EL COMPROMISO DE SER AUTÉNTICOS

Hace algún tiempo atrás, en el SEMISUD (seminario donde soy profesor) me pidieron que traiga una reflexión que aborde el tema de: "El compromiso ministerial". Revisando entre mis archivos, he vuelto a encontrarme con este escrito, el cual he querido compartirlo en este blog. Espero que sea una invitación a la reflexión como lo ha sido para mí. Saludos.

EL COMPROMISO DE SER AUTÉNTICOS

13 Basta de palabras. Todo está dicho. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal. 14  Porque toda obra la emplazará Dios a juicio, también todo lo oculto, a ver si es bueno o malo”.
Eclesiastés 12,13-14
El capellán me sugirió que reflexionemos acerca de nuestros compromisos en el ministerio; y para esta mañana he escogido hablar de un compromiso que muchas veces olvidamos, me refiero al compromiso de ser nosotros mismos, al compromiso de ser auténticos, el compromiso de ser hombres y mujeres cabales.
Pero esto no es solamente una preocupación contemporánea nuestra; desde siempre, las personas han buscado vivir plenamente, y han buscado la plenitud  de una vida auténtica en las cosas que han creído las más indicadas. Lo más seguro es que estés aquí hoy, sea como seminarista o maestro, porque esto forma parte de la búsqueda de la plenitud de tu vida. Y las gentes, hacen negocios, cursan carreras, se casan o no se casan, trabajan más o trabajan menos, porque quieren alcanzar una vida digna y plena para llegar a ser varones y mujeres cabales.
El Qoelet, que posiblemente no fue ni sacerdote, ni profeta; sino un sabio racionalista de su época, encontró la misma preocupación en la gente de su entorno, y comenzó a observar detenidamente cómo todos los que vivían debajo del Sol, buscaban encontrar la plenitud de la vida en las cosas que hacían. Echa una ojeada a su alrededor, como observador y como filósofo; le impresionan los esfuerzos excesivos de los hombres, en todas las situaciones, para alcanzar la autenticidad, pero a la vez se da cuenta que esos esfuerzos excesivos, son vanos. Y en general lo que el Qoelet condena, son los esfuerzos exagerados, la búsqueda exagerada, sea cual sea el objeto al que se aplique: sabiduría, placeres, trabajos, deseos de cambiar el curso de los acontecimientos o la sociedad.
Y es en esta parte donde entra nuestra relación con el análisis del Qoelet. El hombre y la mujer de hoy han perdido el arte de vivir y lo que el Qoelet quiere hacer es, enseñar a vivir la vida como un arte, al cual podemos apreciar con detenimiento y deleitarnos en sus detalles. Lo acelerado de nuestras sociedades han convertido la vida en una competencia constante y esta misma filosofía de vida viene afectando también el desenvolvimiento ministerial de pastores y líderes en las iglesias. Lamentablemente, en algún momento de nuestro genuino servicio, nuestra vocación ministerial se convierte en una lucha por las oportunidades, una conquista de títulos, credenciales y cargos de renombre en las denominaciones, una carrera hacia el éxito, hacia el dinero, hacia el placer, hacia la gloria; la reflexión del Qoelet al ver esta realidad concluiría en que esto acabará irremediablemente en frustración y fracaso, en algo que apesta como el “hevel”, que algunas biblias traducen como vanidad.
Es por eso que la frase que cierra el Eclesiastés, es una advertencia a que tengamos cuidado con las formas que estamos utilizando para alcanzar una vida auténtica, un ministerio auténtico. Más que una amenaza de juicio (v. 14), es una exhortación a vivir sabiamente. Nadie quisiera encontrarse frente a Dios al final del camino, agobiado con exceso de equipaje de tantas cosas que pensó eran tan importantes en la vida, pero que eran totalmente vacías, fútiles, sin ningún valor permanente.
1.      BASTA DE PALABRAS. TODO ESTÁ DICHO (V. 13)
Nuestro texto comienza diciendo: Basta de Palabras. Lo que en la RV se traduce como: el fin del discurso. En otras palabras, basta de buscar por los caminos equivocados. “¡Basta de palabras!”. Esta afirmación equivaldría a nuestra expresión: “dejémonos de rodeos”, “vamos directo al grano”. ¿De qué se había cansado el sabio? Se había cansado de observar y reflexionar sobre las muchas formas en las que el ser humano intenta alcanzar la plenitud de la vida y cómo fracasa en cada intento.
El Predicador lleva a su audiencia en una jornada a través de todo tipo de dudas y temores que una persona puede encontrar en el curso de su vida. Su tema tiene que ver con reflexionar sobre todas aquellas cosas que parecen realmente importantes, pero que en su análisis final son tan superfluas y vacías.
SI hiciéramos sobre nuestra realidad personal y ministerial, el mismo ejercicio reflexivo que hizo el Qoelet sobre su entorno, ¿cuál sería nuestra impresión? ¿Encontraríamos las mismas frustraciones y decepciones que encuentra el predicador? ¿Diríamos vanidad de vanidades, todo es vanidad?
¿Cuáles son aquellas cosas que nos fatigan debajo del Sol? Concentrémonos en las reflexiones finales del Qoelet después de la observación realizada. A partir del versículo 11 del capítulo 9, empieza las reflexiones finales del sabio; y éstas se pueden resumir en que: si hay algo que fatiga la existencia humana es pensar que la plenitud de la vida se alcanza en los intereses, posiciones, posesiones, condición social, goces y comodidades adquiridas por nuestras capacidades. Cuando esto sucede, la misma esencia del ser se tuerce y pervierte.
-          La plenitud de la vida, no depende de nuestras capacidades.
“Me volví y vi debajo del sol,  que ni es de los ligeros la carrera,  ni la guerra de los fuertes,  ni aun de los sabios el pan,  ni de los prudentes las riquezas,  ni de los elocuentes el favor;  sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”. (9,11)
La preocupación desmedida por ser los mejores, siempre traerá frustración y decepción a nuestra vida, si creemos que de eso dependerá vivir una vida plena. Si eres estudiante, esfuérzate por ser un buen estudiante, adquiere todas las destrezas y los conocimientos que puedas, gánate la medalla académica, ministerial, obtén méritos, haz con diligencia todo lo que has venido a hacer; pero ten algo claro: tu éxito ministerial, no descansa sobre las capacidades que adquieras, ni de cuánto sabes, ni de cuántas cosas puedes hacer.
Muchas veces nos engañamos, y pensamos que porque hemos sido los estudiantes más sobresalientes, la iglesia nos debe posicionar debidamente, con un buen trabajo en alguna iglesia u oficina y con una solvente remuneración. El sabio predicador nos diría, la carrera no siempre es de los más ligeros, ni la guerra la ganan siempre los más fuertes. No vivas esperando que la vida te retribuya el esfuerzo que haces, vive y fórmate de tal manera que cuando te lleguen el tiempo y la ocasión no eches a perder las oportunidades de poner al servicio tus capacidades.
-          La plenitud de la vida no depende de la fama bien ganada.
“Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista;  así una pequeña locura,  al que es estimado como sabio y honorable”. (10,1)
Si hay algo que nos preocupa mucho en la vida es nuestra reputación. Aunque alguien diga yo no vivo de lo que otros digan, a todos nos interesa saber qué opinión tienen los demás de nosotros. La forma en que vestimos, hablamos, caminamos, pensamos; son modos de proyectar una imagen que quisiéramos acuñar en el imaginario de los demás.
Ministerialmente hablando, esto puede recrudecerse aún más, porque nos volvemos personas más notorias, si somos maestros, nos preocupa qué dirán los alumnos de nuestras clases, qué se dirá en otros países o instituciones sobre nuestro nivel académico; si somos pastores, nos preocupa el concepto que tenga la congregación sobre nuestra función pastoral, qué pensarán las otras iglesias sobre nuestra gestión.
Esto hace que, consciente o inconscientemente, empecemos a construir una imagen obviamente favorable respecto a nosotros. Pero el Qoelet se da cuenta de que muchas veces, esto es vanidad y fatiga del alma; porque existe un principio, y este es el principio del perfumista: que no importa cuánto se halla esforzado para hacer el mejor perfume, basta una pequeña mosca para echar a perder su buen olor.
Así también, no importa cuánto te esfuerces por construir una buena reputación, bastará un pequeño descuido, una pequeña locura, en palabras de Yatenciy, un pequeño desliz; para que las personas te señalen por el error y no por tus aciertos. Esto se agudiza aún más, cuando la plenitud del sentido de tu vida está basada en un elemento tan frágil como es la reputación.
Hay personas cuya motivación principal en la vida es cuidar su reputación. Pastores que preparan sermones para cuidar su reputación, estudiantes que se esfuerzan para cuidar su reputación, profesores que se amanecen preparando una clase para cuidar su reputación. El problema aquí no es la acción, sino, lo que motiva esta acción. Lo peor de todo esto es que cuando de nuestra reputación se trata, nos ponemos exigencias tan altas que muchas veces traen frustración. Nos preocupa la reputación de nuestra familia pastoral y ponemos exigencias tan altas a nuestros hijos o esposas, que no les dejamos oportunidad para equivocarse. La reputación de nuestra iglesia se vuelve tan importante, que exigimos a nuestros líderes a cumplir sus responsabilidades de tal manera que nuestras actividades no tengan márgenes de error.
Cuando la reputación es una preocupación exagerada en nosotros, nos desesperamos cuando no logramos nuestros propósitos y las cosas no salen como esperamos. Reaccionamos de forma insensible ante las personas y las situaciones, es tan insensible, que maltratamos a nuestra familia, maltratamos a nuestros líderes, nos maltratamos a nosotros mismos, porque no hemos conseguido el 100% de nuestras expectativas. David Hormachea explica la frustración a través de la siguiente fórmula: Si tus expectativas son del 100% y alcanzas solamente el 25%, tendrás 75% de frustración en tu vida. Cuando nos tenemos a nosotros mismos como los estudiantes modelos, los padres ejemplares, los pastores referentes o los maestros más doctos, y elevamos nuestras expectativas sobre lo que nos merecemos en la vida al 100% y de eso sólo recibimos el 40%, habremos ganado un 60% de frustración. Esto, diría el Qoelet, es vanidad. Esto apesta.
Si las expectativas que tenemos por vivir una vida santa, apartada, inmaculado es del 100%, y de eso alcanzamos apenas un 20%, tendremos un 80% de frustración. Lo que el predicador quiere decir es, no importa la fama que te hayas ganado, y el renombre que hayas conseguido, y aunque las personas te tengan por sabio y honorable, tú no te tragues el cuento, y sé consciente de que esa fama es tan frágil como el perfume del perfumista.
Si las búsquedas inadecuadas de la personas por vivir una vida plena se resumen en estos asuntos, entonces ¿cuál es la opción?
2.      RESPETA A DIOS Y GUARDA SUS MANDAMIENTOS
Qohelet nos deja con el recordatorio de que el antídoto para la aflicción de espíritu en este mundo de vanidad es mantener a Dios en el centro de nuestra existencia, guardando sus mandamientos. Este es el todo, el fin último de la vida.
Solo una relación sólida y positiva de temor reverencial con Dios puede llevar a la realización plena de la intención divina, a la “eternidad en los corazones” de que habla el Maestro de la congregación.
Para nosotros, que cuando hablamos de mandamientos pensamos en términos legales, el consejo final parece una carga más. En cambio los judíos, para quienes la Ley [Torah] es instrucción, precepto, consejo, guía para la vida; guardar los mandamientos es un privilegio, un honor deseable más que el oro y la miel (Salmos 19). Es una manera de afirmar la relación de intimidad con Dios, de respetar y reverenciar su voluntad revelada. Lo contrario resulta en fingimiento, impostura, farsa de vida, la suprema vanidad.
El hecho de que un día tendremos que dar cuenta de toda obra, “juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”, es un llamado a la responsabilidad moral. La manera como yo vivo -honesta o deshonestamente, confiando en la bondad de los demás o sospechando de todo el mundo, con egoísmo o pensando en el bienestar de otros, con hipocresía o sinceridad, afanado por las vanidades de la vida o preocupado por los valores eternos- hace una diferencia no sólo en el otro mundo, sino especialmente “debajo del sol” donde mis compañeros y compañeras de jornada también luchan por encontrar el sentido de la vida.
Estas cosas no harán mucha diferencia en mis oportunidades de subir en la escala social, abultar mi cuenta de banco, o ganar la adulación de los hombres y mujeres. Pero para Dios mi vida cuenta y a él no puedo engañarlo pretendiendo ser quien no soy.
Si de algo se dio cuenta el Qoelet es que muchas veces buscamos la plenitud y la autenticidad de la vida, intentando ser lo que no somos. Pensamos que somos nuestras capacidades y no es verdad; nuestras capacidades son parte de lo que somos. Pensamos que somos lo que los demás dicen o perciben de nosotros, pero no es cierto, eso es sólo la punta del iceberg que se muestra ante los ojos de los demás.
El sabio se dio cuenta que la única manera de poder encontrarnos y vivir auténticamente, era encontrándonos con Dios y ser nosotros mismos siempre. Ese es el reto de Dios para nosotros, todo lo demás es vanidad. Tú no eres lo que tus calificaciones dicen (sean buenas o malas), no eres el título que tienes o el cargo que representas. Cuando estemos frente a aquel que nos llamó, nos desnudará de todas aquellas cosas con las que nos hemos arropado en el curso de nuestra carrera ministerial, sin notas, sin cargos, sin oficinas, sin títulos, sin fama, sin aulas… es mi deseo, que después de desnudarnos por completo, el Rey de Reyes encuentre una vida plena y auténtica.

Mtr. José Verdi.