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domingo, 4 de mayo de 2014

MI FAMILIA NO ES MI ENEMIGA


El mundo familiar es un universo tan complejo y diverso, como complejos y diversos somos los seres humanos que formamos parte de esos mundos. ¿Por qué muchas veces el ambiente familiar tiene que volverse tan complicado? ¿No se supone que somos... “familia”? Esas preguntas me las hacía Irma (Nombre que utilizaré para proteger su identidad), una chica que vino a mí buscando consejería, mientras me relataba su conflictiva vida familiar. Su historia, a veces topaba los límites de lo increíble. Había escuchado a mucha gente contarme sus problemas y pleitos familiares, pero el caso de Irma me dejaba, cada vez, sin argumentos, sin respuestas. Me era difícil asimilar que todo eso podía pasarle a alguien en una sola vida, en una misma casa, y con sólo 17 años.
Irma fue abandonada por su madre dos días después de su nacimiento. Ella y su hermana mayor de 1 año y seis meses llegaron al atormentado mundo de una madre que apenas tenía 16 años. En cuanto la madre pudo recuperarse del angustioso e indeseado parto, salió del hospital del seguro y se dirigió a la casa de la abuela paterna de las niñas, ahí se encontraba Claudia (nombre suplente), la hermana mayor de Irma. La anciana suegra, cuando escuchó a la mamá de Irma tocar la puerta, bajó con Claudia en brazos y abrió la puerta. La angustiada madre apenas saludó, subió al dormitorio, acostó a Irma en la única cama de la casa, le dejó unos cuantos pañales y un biberón con leche de vaca; y luego dijo confundida: “Que su padre se haga cargo o vean ustedes qué hacer con ellas”. Acto seguido, desapareció; al mismo tiempo en que Irma, con dos días de edad, empezaba a llorar de hambre en los brazos de su abuela.
A decir verdad, lo que más me sorprendió al oír esta historia, fue el rostro impasible de Irma mientras me lo contaba. Su mirada era imperturbable, no tenía gesto alguno, me lo contaba con toda naturalidad. Sin hacer ninguna pausa para ver mi reacción sobre lo que me había contado, continuó. Su padre se hizo cargo de las dos hermanas. Pero mientras la oía, pensaba en que hubiese sido mejor que no lo haga. Le tocó criarse con un padre alcohólico que la violentó física, verbal y sexualmente desde temprana edad. Su abuela apenas podía intervenir para evitar los maltratos. La historia de Irma me dejaba atónito mientras continuaba su relato, ¡la vida no le había dado tregua! Ella vino a mí por consejería, pero el tiempo había pasado tan rápido que no alcanzamos a tocar el motivo principal de su visita. Tenía que irse a la universidad y no se había dado cuenta de la hora. Así es, Irma estaba en la universidad. Había escapado de su casa a los 13 años, seis meses después de que su hermana hiciera lo mismo, desapareciendo sin dejar rastro. Irma, con mucho esfuerzo logró salir adelante apoyada por una tía lejana que la recibió.
-       En la siguiente cita te contaré por qué vine, me dijo, y se fue casi sin despedirse.
Cuando el pastor Abiud me pidió que compartiera hoy la reflexión con ustedes, y me dijo que el título de la reunión será: “Mi familia no es mi enemiga”, la historia de Irma no dejaba de rondar por mi cabeza, creía que podía ser inspiradora para un tema como éste.
Quizá ninguno de ustedes tuvo que pasar por lo que Irma pasó, pero estoy seguro que en más de una oportunidad se han preguntado como Irma ¿Por qué el ambiente familiar tiene que ser tan complicado? “¡Se supone que somos familia!”.
-        La familia es el receptáculo desde donde enfrentamos la vida.
La familia es el espacio que Dios nos ha dado para vivir, todos vivimos en el contexto de una familia, y la vida tiene altos y bajos. Utilicemos la siguiente analogía: El hogar es como un barco navegado por sus propios constructores, y el barco que navega se encontrará necesariamente con aguas quietas y con aguas tempestuosas. Pensemos, en medio de una tormenta ¿cuál será el problema en las situaciones complicadas? ¿El mar? No, el mar es así; puede ser quieto un momento, pero puede agitarse de pronto. Este mar representa a la vida. Dice el libro de Eclesiastés que en la vida todo tiene un tiempo, tiempo de reír y tiempo de llorar, tiempo de abrazar y otro para despedir, es decir, cuando en la vida nos toca llorar, entendamos, en primer lugar, que no será para siempre y en segundo lugar que es parte del proceso natural de la vida. No le puedes pedir a la vida que te traiga sólo momentos felices, así como no puedes pedirle al mar que sólo tenga aguas calmadas. No le puedes pedir a la vida que no hayan momentos tristes, sino, ¿cómo entenderíamos el sentido de disfrutar los tiempos de gozo?
Entonces la culpa no es del mar. Aún quedan dos elementos, el barco y sus constructores que lo navegan. ¿Será el barco el problema? Tampoco, el barco sólo es el receptáculo de los navegantes; que resista o no a la tempestad, depende de cuán sabios fueron sus constructores para hacerlo resistente a los malos tiempos. Si el barco naufraga o no en una tempestad, será solamente para desdicha o gloria de quienes lo construyeron. Este barco es el hogar… “hogar, dulce hogar”. A veces creemos que el hogar, por sí mismo debe ser un receptáculo de amor, comprensión, paz, etc. Eso no es cierto, las tempestades son inevitables y pueden amenazar el bienestar de nuestro barco; que la paz, la comprensión  y el amor se mantengan, depende únicamente de la sabiduría de sus constructores.
Entonces, sólo nos quedan los constructores. Ellos son los únicos responsables de que nuestra familia se convierta en “nuestra enemiga” frente a las desavenencias de la vida. Es decir, si en esta tarde, el tema de la reunión te cae como anillo al dedo; de partida debemos decir que, como dice el título: “Mi familia no es mi enemiga”, los verdaderos responsables somos los constructores de esa familia. Nosotros decidimos cómo reaccionar frente a la tempestad, y cómo dirigimos el barco cuando las aguas están calmadas. No hay un solo piloto, todos somos responsables.
-        La ¿Sagrada Familia?
Viene a mi memoria un trágico cuadro familiar de la Biblia. Dicen, los y las que han vivido, que no hay cosa peor que experimentar la muerte de un hijo. Me ha tocado pastorear en ambientes familiares donde la pérdida de un hijo ha dejado el hogar devastado. Más aún, cuando la tragedia lleva consigo situaciones de rencillas familiares que ya no podrán ser saldadas.
Esta escena bíblica, lleva implícita un fuerte sentimiento familiar, una carga de contradicciones y esperanzas, perdón y fortaleza. Acompáñenme a leerla en El Evangelio Según San Juan 19,26-27.
“Cuando vio Jesús a su madre,  y al discípulo a quien él amaba,  que estaba presente, dijo a su madre: Mujer,  he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu madre.  Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.”

La escena que Juan retrata en su evangelio, no es sino, el fin de un contexto familiar complicado. ¿No les causa curiosidad que en los relatos de los evangelios existe una gran ausencia familiar de Jesús? Sólo su madre está presente en su muerte. Pues, no es de extrañarse, la vida familiar de Jesús puede hacernos sentir identificados a muchos de nosotros hoy. Es cierto que no sabemos mucho, y la Biblia no tiene información sobre los pormenores de la vida familiar de Jesús. Pero, unos pocos pasajes sugieren que, en ocasiones, las relaciones eran hostiles.
Las menciones a la familia de Jesús son escasas, pero cuando aparecen, no  necesariamente existe un ambiente fraterno de aceptación y buen ambiente. Cuando Jesús es encontrado por sus padres en el templo, después de que lo habían estado buscando tres días con angustia, Jesús les dice: ¿No sabían que en los negocios de mi padre me es necesario estar?, ante tal declaración el texto afirma: “Mas ellos no entendieron las palabras que les habló” (Lucas 2,39-52).
Creo que este episodio resume la realidad de las relaciones familiares de Jesús durante toda su vida: “Mas ellos no entendieron”. Tal parece que el seno familiar de Jesús nunca entendió cabalmente la misión que él tenía, de tal modo que, en una ocasión cuando su madre y hermanos fueron a buscarlo por alguna razón, no pudiendo llegar hasta donde él estaba por causa de la multitud, mandaron a llamarle; ante el llamado de sus familiares, Jesús respondió lo siguiente: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios, y las hacen” (Lucas 8,21). Este texto es altamente sugestivo para nuestro tema. Pueden darse muchas interpretaciones, pero yo creo firmemente que Jesús no atiende a sus familiares porque quería evitarse otra discusión respecto a su llamado salvífico. Puedo pecar de muy imaginativo, pero algo está claro, la “Sagrada Familia” tenía dificultades que resolver.
Ahora, regresemos al texto que leímos e imaginemos la escena narrada, sobre la base del contexto familiar que observamos. Jesús está crucificado y levantado por un madero, frente a los ojos de su madre. El texto no registra a ningún otro pariente más, no sabemos si estaban o no, pero el cuadro es devastador. Así que, Jesús no podía morir sin antes resolver aquello que solamente frente a la cruz puede ser resuelto. En el último momento de su vida terrena como hombre, Jesús se preocupa por un asunto que muchos de nosotros hemos decidido enterrar y dejar inconcluso. ¡Jesús sabe que su familia no es su enemiga!, aún cuando no estaban totalmente de acuerdo con él; quizá se burlaron de sus propósitos, de su sueño de salvar el mundo; tal vez se avergonzaron de él cuando fue apresado, y tal vez se avergonzaron de él cuando estaba siendo crucificado como un malhechor y decidieron abandonarlo y dejarlo solo con su dolor. Aún así, Jesús sabe que es momento de resolver el asunto, ¡no había más tiempo!, ¡no podía seguir postergándose!
-        Tu familia no es tu enemiga, no sigas cargando la deuda.
Cinco días después de la cita que tuvimos con Irma, ella regresó para contarme la verdadera razón de su preocupación. Su madre había regresado, la buscó, y después de 17 años quería encontrarse nuevamente con ella. Le pregunté cuál era su opinión, si había tomado alguna decisión, y me dijo: Pastor, hace dos años Cristo entró a mi corazón y en todo este tiempo he tratado de ser fiel a su Palabra. Pero hay una parte de mí que no puede dejarlo entrar, esa parte se llama: “familia”. Mi familia fue lo peor que Dios me pudo haber dado y he aprendido a vivir sin ella. Y ahora viene esta señora a pedirme que nos veamos,  seguramente me dirá que está arrepentida y que quiere remediar las cosas; pero el pasado que me ha tocado vivir por su culpa, no tiene perdón, no tiene remedio.
Me seguía impresionando la impasibilidad en el rostro de Irma al hablar, no se quebrantaba, su voz era firme; pero de pronto una lágrima corrió por su rostro y me di cuenta de la profunda necesidad que tenía de perdonar. Le dije: Irma, las deudas necesitan ser saldadas. Cuando alguien toma algo que es tuyo, sólo existen dos formas de resolver el conflicto, que esa persona te devuelva lo que cogió o que tú perdones su deuda. La felicidad que tu madre te quitó, la dignidad y la inocencia que te robó tu padre, el orgullo y la autoestima que tu madre te quitó al dejarte como algo que no valía la pena, ella no te lo puede devolver. Tu madre ha adquirido una deuda tan grande contigo, y tan imposible de saldar, que la única manera de que tu no sigas andando por el mundo cargando esa deuda en tus hombros, es perdonando.
Jesús, desde la cruz tenía que escoger, llevarse la falta de aceptación y comprensión familiar hasta la tumba o entregarle a María una palabra perdonadora y de esperanza en el último minuto. Seguramente no fue fácil para María criar a un hijo como Jesús, después de la anunciación del ángel las cosas no fueron sencillas. Imaginemos por un momento a ese Jesús humano que se presenta frente a su familia un día, y les dice que debe salir a cumplir su misión de salvar al mundo. Por lo que la Biblia dice, al parecer no contó con la aprobación familiar que hubiese deseado. Y María, que conocía el anuncio del ángel, también desconocía el destino fatal de la cruz. Así que Jesús, miró fijamente a su madre y le dio una nueva oportunidad de ser madre. Le dijo: Tranquila, todo está bien, entiendo que era difícil para ti, pero no sigas cargando la deuda, ¡He ahí tu Hijo! Quizá María pensaba en que ya no habría oportunidad para hacer bien lo que en su momento no se hizo; pero, frente a la cruz todo es posible.
Irma tomó una decisión, entendió que su familia no era su enemiga, que el barco no tenía la culpa, sino que los constructores no habían hecho bien su trabajo. Y que ella tenía, ahora, la oportunidad de tomar las riendas de una embarcación que se había perdido en medio de la tempestad y dejar que Dios lleve esa nave a buen puerto. Se encontró con su madre, la perdonó, y aunque el proceso de perdonar es largo y las cicatrices le recuerdan el daño que le hicieron, en Cristo encontraron la forma de vivir sin deudas.
Cuando Jesús hizo eso con María, fue un proceso perdonador para ella. El cuadro de la cruz se recrudece cuando pensamos en que, frente a frente, no está sólo una madre que ve a su hijo morir; está una madre que llora la culpa de no poder haberle dado un ambiente familiar que respalde sus sueños, que le diga: vamos Jesús, tu familia está contigo. ¿Crees que Jesús no lo necesitaba? ¿Por qué, porque era Dios? Jesús necesitaba de su familia, tanto como tú necesitas de la tuya ¿Qué es tu familia para ti? ¿Es tu amiga? O estás atesorando cosas en tu corazón en contra de algún miembro de tu casa, en contra de tus padres porque fueron injustos, tu hermano o hermana, porque no salió a tu favor cuando creíste que debió hacerlo, tíos que te calumniaron o hablaron sin medir las consecuencias. Tal vez, te sientes deudor de alguien y crees que ya no puedes remediarlo porque esa persona ya no está contigo. Frente a la cruz todo es posible.
Tal vez la historia de Irma sólo te cause pena, y dices: Gracias a Dios mi familia es perfecta, no tengo quejas. Pero, todos sabemos que no existe la familia perfecta; porque todo hogar se construye con gente imperfecta, y mientras nuestras imperfecciones convivan juntas en una misma casa, la clave del perdón será la única brújula capaz de mantener nuestro barco a flote en medio de la tempestad.
Hoy Jesús te dice, joven, señorita: He ahí tu padre, he ahí tu madre, he ahí tu hermana, tu hermano, he ahí tus abuelos, tus tíos… He ahí, ¡Otra oportunidad! Otra oportunidad para ser familia. ¿Qué vas a hacer? Haz lo correcto, recibe, frente a la cruz, una nueva oportunidad para perdonar; recibe frente a la cruz una nueva oportunidad para entender que tu familia no es tu enemiga… es una bendición de Dios.

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J. L. Verdi
Profesor de Biblia y Teología en SEMISUD
(Seminario Sudamericano - Ecuador)

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