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lunes, 15 de agosto de 2016

¿EXISTIÓ NAZARETH REALMENTE?





Hace pocos días, aprovechando el feriado nacional del Día de la Independencia ecuatoriana, con la familia decidimos alejarnos del bullicio urbano para escucharnos un poco mejor entre nosotros mismos. Viajamos menos de una hora y nos internamos en la mitad de un parque natural boscoso, al pie de los soberbios pinos que se elevaban alrededor nuestro, dándonos sombra y un agradable ambiente fresco en medio del verano quiteño.

Prontamente, cada uno encontró sus primeras actividades para distraerse antes de reunirnos a la mesa. Mis dos hijas, de cuatro y dos años, no tardaron en convertir todo el escenario en uno de los bosques de sus cuentos de hadas, claro, la abuela estaba obligada a acompañarlas en la aventura. Los demás, con el instinto carnívoro encendido, iniciamos el rito parrillero del asado.

Alrededor del carbón y la carne, asomaron todo tipo de temas, pero uno en especial fue el que polarizó el diálogo. Un día antes, a mi suegro le había llegado una publicación en Facebook donde se afirmaba que Nazareth, la ciudad de Jesús (el nazareno), nunca existió. “Carlitos” no desaprovechó la oportunidad de consultar con su yerno teólogo sobre el asunto, así que lanzó la pregunta y se inició el debate. Desde donde yo lo veía, sólo faltaba un diálogo sobre Biblia para que el día sea perfecto, así que sin perder tiempo empecé la explicación, la misma que ahora amplío para ofrecer datos mayores y más precisos.

La publicación que recibió mi suegro, afirmaba categóricamente que Nazareth, como localidad física y temporalmente ubicable, era una fantasía, nunca existió verdaderamente. Aunque a la mayoría de cristianos, les parezca descabellada esta conclusión, la idea no es del todo infundada. La verdad es que prácticamente no existen fuentes antiguas que den testimonio de la existencia de este lugar, más que la biblia. Pero ésta sólo en el Nuevo Testamento, en el Antiguo Testamento Nazareth nunca es mencionada, ni en los libros deuterocanónicos y menos aún en los apócrifos. Esto ha llevado a que desde algunos espacios, no necesariamente académicos, sino, más bien aficionados, se llegue a la conclusión de la inexistencia de la ciudad de Jesús.

Otros motivos para pensar que Nazareth nunca existió, está en que algunos textos importantes de los primeros siglos de nuestra era, no la mencionan. Flavio Josefo, célebre escritor del siglo I, nunca menciona Nazareth en ninguno de sus escritos, ni siquiera cuando se refiere a las localidades de Galilea. Los escritos rabínicos como la Mishná o el Talmud, tampoco hacen alusión a esta localidad, a pesar de nombrar sistemáticamente 63 ciudades de la misma región. Entonces, es natural que para quienes no tienen la Biblia como un texto históricamente fiable, su testimonio aislado sobre la existencia de este lugar, no sea válido.

Sin embargo, las investigaciones arqueológicas en torno a Nazareth han sido fecundas. Aunque el testimonio bíblico sobre Nazareth fue aislado en un principio, existe una inscripción del siglo III o IV, en un pequeño fragmento de mármol proveniente de una sinagoga en la Cesarea Marítima de Herodes, donde menciona que en el contexto de la segunda guerra judía (mediados del siglo II) un grupo de rabinos judíos se establecieron en Nazareth. He aquí entonces, una epigrafía extrabíblica, que corrobora la existencia de esta localidad ¿Pero es la misma Nazareth bíblica, la aldea del Maestro? Todavía es muy pronto para responder a esta cuestión. Mejor sigamos revisando algunos otros datos.

En este mismo lugar, donde los sacerdotes judíos se asentaron en el siglo II, el emperador Constantino mandó a construir una basílica, en lo que ya se conocía como la supuesta casa de la Virgen. Esto hizo que Nazareth pronto se convierta en un lugar de peregrinación, hasta que después de distintas ocupaciones propias de la agitada situación geopolítica del lugar, sea destruida casi por completo por el sultán Baibar en 1263. La pequeña ciudad, ya reconocida para ese entonces como la Nazareth de Jesús, quedó en ruinas. Hasta que en 1730 la orden franciscana consiguió autorización del gobierno turco para edificar allí una iglesia cristiana. A partir de entonces, el lugar se ha convertido en un centro religioso de suma importancia para la tradición cristiana hasta hoy. Aunque desde 1948 la región le pertenece al estado de Israel.

Hasta ahora, podemos responder parcialmente a la pregunta ¿Existió Nazareth realmente? Por lo menos, a partir del siglo II d.C. las evidencias de su existencia son irrefutables ¿Pero es esta misma Nazareth el lugar donde se crio Jesús en el siglo I?

Fue el padre Viaud el primero que inició excavaciones arqueológicas en la Nazareth que conocemos hasta ahora, a finales del siglo XIX. Más tarde, ya a mediados del siglo XX, el padre Bagatti, con un mayor alcance geográfico, continuó con las excavaciones. Sus estudios han arrojado datos importantes que pueden ayudar a explicarnos por qué en el siglo I Nazareth es completamente desconocida en la literatura judía.

En el siglo I, Nazareth era una aldea prácticamente desconocida. Estaba ubicada entre las montañas de la baja Galilea a aproximadamente 9 Km. al sur de la vía principal que conectaba a Egipto con Damasco. Su lejanía de las rutas comerciales nunca propició su desarrollo como comunidad. Es probable que su extensión no haya sido mayor a las 2 hectáreas y que, en el tiempo de Jesús, su población no haya superado los 400 habitantes. Vivían en cuevas, algunas veces naturales y otras excavadas en piedra de cal. La aldea estaba ubicada en la ladera de uno de los montes que todavía son posibles de apreciar en la actualidad; pequeñas colinas que forman en algunos extremos pequeños barrancos donde podría ambientarse el relato de Lc 4,29 cuando la muchedumbre quiere arrojar a Jesús por el peñasco. No hay indicios de que haya existido una sinagoga en Nazareth, por lo que la alusión que hace Lc 4,16 puede referirse a una habitación modesta o sencillamente a la reunión de judíos en torno a una liturgia sinagogal.

Esta es la razón por la que muchos pueden dudar de la existencia de Nazareth. Buscar a Nazareth en la realidad geopolítica del siglo I es como buscar una aguja en un pajar. Es como pretender que de aquí en dos mil años hayan registros, documentos, edificios de una de esas pequeñas aldeas que se encuentran a kilómetros de nuestras carreteras, internadas en el bosque, de las cuales, ni siquiera los más notables saben de su existencia. Así era Nazareth. Sin embargo, la Biblia la menciona sin tener necesidad de hacerlo ¿Cuál sería el motivo para inventar un lugar como Nazareth y decir que Jesús vivió ahí? Más bien, decirlo desfavorece a la reputación del predicado Rey de los Judíos. 

Visto de esta manera, la afirmación de Natanael cobra mayor sentido, cuando dijo: “¿De Nazareth puede salir algo de bueno?”. Hoy en día, algunas personas, como quien hizo la publicación de la no existencia de Nazareth, esperan tener testimonios arqueológicos convincentes que relacionen fehacientemente a Jesús con Nazareth en el primer siglo, más allá de la Biblia; para creer en el testimonio de los evangelios. Pero lamento decepcionarles, el Hijo de Dios, no solamente nació en un pesebre, sino, también vivió la mayor parte de su vida en una de las aldeas más empobrecidas de su región Tan pobre e insignificante era Nazareth, que no la mencionan ni los historiadores de la época, ni los mismos rabinos judíos. Pero desde la experiencia y la esperanza de los pobres de Nazareth, “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Jn 1,9).


Hice esta pequeña reseña no solamente para responder a una publicación que, quién sabe, cualquier distraído escribió. La hice porque pienso que así como este personaje pretende negar la existencia de una aldea, solamente porque sus habitantes no tuvieron las oportunidades para construir una ciudad mejor, que trascienda en la historia y que sus murallas no se desgasten con el tiempo; así también hacemos nosotros muchas veces. Cuando “invisibilizamos” a las comunidades vulnerables, empobrecidas, rurales, sólo porque pensamos que su historia no es relevante. Cuando silenciamos el clamor del pobre y queremos borrar, como sociedad, sus denuncias y sus luchas en legítima defensa de sus derechos. Me preocupa esta pretensión de dejar a Jesús sin la identidad que lo unía con la gente y lo hacía pueblo: “El nazareno”. Jesús, no es sólo Jesús, el Hijo de Dios; también es: Jesús de Nazareth.
J. L. Verdi
Profesor de Biblia y Teología en SEMISUD
(Seminario Sudamericano - Ecuador)

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martes, 2 de agosto de 2016

A VECES SE NECESITA UNA MONTAÑA



Hay canciones que parecen haber sido escritas o dictadas por Dios mismo. Letra y melodía parecieran haber sido tejidas con un cuidado especial, para entonarse en un momento determinado en la existencia de alguien. Esa es mi experiencia con esta canción que desde hace dos semanas viene tocando, con mensaje escatológico, a la puerta de mis abismos más profundos ¿Qué canción ha tenido tal poder? Se titula: “Sometimes it takes a mountain” de Gaither Vocal Band.

El estribillo de la canción dice: “A veces se necesita una montaña, a veces un mar en tempestad, a veces se necesita un desierto, para sujetarme fuerte de ti. Pero tu amor es mucho más fuerte que cualquiera de mis problemas… A veces se necesita una montaña para confiar en ti y creer”. Sobre la canción no hay mucho que decir, sólo escucharla y dejar que sus letras te ayuden a remar en medio de la tempestad.

En una de las muchas veces que la oía, recordé con memoria fotográfica el texto bíblico de Éxodo 19,2: “…y llegaron al desierto del Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte”. Esta escena bíblica es prácticamente paralela al cántico, no sé si el autor la tenía en mente cuando escribió su canción, no sé si pensaba en Israel y su travesía por el desierto; pero el paralelo es indiscutible. El mar, el desierto y la montaña son elementos comunes en ambas composiciones.

Para quienes creen que salir de Egipto siempre fue una buena noticia para los hebreos, basta con revisar algunos textos como Ex 14, 11-12; 15,22-24; 17,3-4 y una lista todavía más larga, para darse cuenta del sufrimiento, desánimo y descontento que supuso para los hebreos salir de Egipto con rumbo a Canaán. La tierra prometida estaba a la vuelta de la esquina, pero antes de poseerla era ineludible que el pueblo aprenda a confiar en Jehová. El camino de la esclavitud a la libertad no sería sencillo, sería preciso cruzar un mar, entrar en el desierto y encontrarse con la montaña en el Sinaí.

La península del Sinaí no sólo es inhóspita por su clima extremo, además, es de un tránsito complicado, pues la región es montañosa y pedregosa. Todo apuntaba a que las cosas saldrían mal desde un pincipio. No sé si fue por la desesperación de la salida o por burlar las patrullas egipcias, pero los hebreos no tomaron la ruta predominante del norte que los llevaría directo a Canaán bordeando la costa al oeste del Neguev. Todo lo contrario, descendieron levemente hacia el sur y, como primera consecuencia de su mal direccionado plan de escape, se encuentran atrapados frente al mar de la cañas. Con la ayuda de Dios logran atravesar el mar, pero no corrigen su rumbo, siguen entrampados y no ven con claridad su objetivo, continúan avanzando hacia el sur y pronto tendrán en frente el árido paraje del desierto y sus rocosas montañas.

La descripción que ofrece el v.2 es desalentadora: “Llegaron al desierto, se encontraron con el monte y armaron sus carpas”. No puede haber escena más vergonzosamente contraria al sueño cananeo. Dejaron las casas egipcias despidiéndose de todos, diciéndoles que irían a un lugar donde fluye leche y miel; para que unos días después se encuentren armando sus tiendas en el desierto, en medio de la nada, sin agua y sin esperanzas; anhelando las verduras, los frutos y todas las bondades del Nilo en Egipto.

Pero entonces ocurre algo extraordinario, una decisión que cambiará por completo lo que significaba estar en el desierto. Ahí, en medio de las rocas que quemaban las sandalias de los viajeros, y el polvo que el arábigo viento traía, Moisés, el líder y responsable del extravío sale de su tienda, observa la montaña que está frente a él y su gente, aquella que le impide seguir su camino, y se echa a andar sobre ella. Algunos salieron de sus tiendas avisados por las criaturas que vieron al cuestionable anciano avanzar hacia la cumbre. Los que renegaron por el agua amarga de Mara, ahora con mayor razón quieren regresar a Egipto al ver la locura de su líder, que a resbalones sigue pendiente arriba. La esposa de Moisés salió a detenerlo, pues no tenía sentido subirse a la montaña, asió de su túnica y le increpó furiosa y avergonzada: ¡Moisés! ¿A dónde vas? ¿Por qué subes a la montaña? Moisés, con mirada de alguien que sabe lo que es estar en el desierto, le dijo: No subo a la montaña, estoy subiendo a Dios (Ex 19,3 “Y Moisés subió a Dios”). Dios, al ver la tenacidad en el corazón de Moisés, decide salir a su encuentro, desciende presuroso al monte, y desde la cumbre, la parte más alta de la dificultad, Moisés escucha su nombre ¡Sí! Dios lo llamó desde el monte.

Desde ese momento el monte ya no representaba un problema en el camino, Moisés había convertido la montaña de la dificultad en su lugar de encuentro con Dios. Donde todos vieron un desalentador obstáculo, Moisés vio una oportunidad para salir al encuentro de su Dios. Muchos creen, como se ve en las películas, que Moisés sube al monte porque ya sabía que Dios estaba allí esperándolo; pero el relato es claro, lo que Moisés hace es dar un paso de fe en medio del desierto, y su fe convierte a la montaña en un santuario donde Dios y su hijo se encuentran.

Por eso, lo que esta canción dice es cierto. A veces necesitamos una montaña, un desierto o un mar de problemas para encontrarnos personal e íntimamente con nuestro Dios. Sólo hay dos opciones, rendirnos frente a lo que está adelante y acomodar nuestras carpas para acampar en medio del desierto, o como Moisés, convertir nuestro desierto en un lugar de encuentro profundo, transformador y esperanzador con el Dios de la vida.

Yo haré lo segundo. El desierto al que mis desaciertos me han traído, la montaña que mis debilidades han construido para hacer que desista en el camino, no serán el lugar de mi sepultura, convertiré mi desierto en el mejor lugar para encontrarme con mi Señor. No sólo trato de escalar mi montaña, estoy subiendo a Dios.

J. L. Verdi
Profesor de Biblia y Teología en SEMISUD
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Les recomiendo escuchar la canción en este link:











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