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lunes, 26 de septiembre de 2016

LA BIBLIA Y LOS “DERECHOS DE AUTOR” (copyright ©)



En la tradición de los estudios bíblicos cristianos, sobre todo en el lado evangélico, todavía se mantienen inamovibles, casi sacralizados, algunos conceptos que entorpecen el estudio serio de las Escrituras. Uno de esos conceptos tiene que ver con la paternidad literaria (autoría) de los libros de la Biblia. Puedo ver que en algunas esferas, todavía se sigue defendiendo a ultranza, por ejemplo, que Moisés escribió el Pentateuco, o que los evangelios fueron escritos por los personajes cuyos nombres encabezan la obra (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), que David escribió los Salmos, y que Salomón es el autor de Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Incluso algunos libros y Biblias, como la muy popular Biblia de Referencia Thompson, reproducen esta posición. Y para agravar aún más esta situación, muchas de estas defensas se hacen en nombre de la fe. Es decir, como si al defender estas posturas están siendo heraldos defensores de la verdad bíblica; sacando el debate del campo académico para llevarlo a la arena de los mártires.

A mí mismo me ha tocado ver, con mucha tristeza, cómo algunos estudiantes abandonan las aulas y su proyecto ministerial, al enterarse que sus conceptos, traídos por lo general de su formación eclesiástica, no son compatibles con lo que la ciencia bíblica moderna sugiere. Por eso, he querido abrir un espacio en este blog, para presentarles algunos datos que ayuden a comprender mejor el problema de los autores de los libros bíblicos. Si eres un lector de la Biblia, ya sea estudiante, profesor o sencillamente un cristiano interesado en estos temas; espero aportar a tu comprensión de las Sagradas Escrituras con este breve escrito.

1. Entonces, ¿nos mintieron?

Cuando en mi introducción acuso a la Biblia Thompson y otros espacios de reproducir estas conclusiones que a la luz de las ciencias bíblicas son inaceptables, no los estoy acusando de enseñar mentiras, sino de hacer afirmaciones irresponsables. Pues, cuando ponen a Moisés como autor del Pentateuco, a Salomón como autor de Eclesiastés, etc.; no lo hacen para mentir deliberadamente. Estas afirmaciones tienen un sustento legítimo, que debe ser entendido en el marco del tipo de metodología que se usa para la determinación de estas autorías. El problema es cuando se pretende dar a estas afirmaciones un carácter científico con el que definitivamente no cuentan, pues estas conclusiones no soportan los filtros mínimos de análisis histórico para la definición de los autores bíblicos.

¿De dónde vienen estas conclusiones? De la tradición judía y cristiana. A partir de la canonización de los libros de la Biblia Hebrea, y en el marco de la influencia de la cultura helénica en el pensamiento judío, la tradición judía le adjudicó a algunos de sus escritos el nombre de personajes importantes, otorgándoles la representatividad (no paternidad) literaria de estos libros (este punto lo entenderemos mejor en el subtítulo 3). Era como un acto de reconocimiento honorífico al personaje. Así, a Moisés se le atribuyó la representación del Pentateuco, y de la misma manera a los libros como Nehemías, Esdras, etc. Aunque la intención nunca fue hacer creer a la gente que estos personajes eran los autores reales de estos libros, poco a poco la fuerza de la tradición fue acuñando el nombre de estos individuos como los auténticos redactores de estas obras. Tal es así, que para la época del Nuevo Testamento, es común referirse a la Torah como “La ley de Moisés”, o decir “el rollo del profeta Isaías”, como si éstos fuesen los autores de estos escritos.

Algo similar sucedió con los documentos del Nuevo Testamento. Aunque estos escritos ya aparecen desde un principio identificados con un personaje, este hecho debe entenderse en el marco del fenómeno literario de la pseudoepigrafía, tan común en la cultura grecorromana de la época. En este caso, fue la tradición cristiana de los padres de la iglesia, a partir del siglo II d.C., la que atribuyó a los nombres que encabezan las cartas, la autoría de dichos documentos.

En ambos casos, tanto en el del Antiguo como del Nuevo Testamento, se trata de decisiones arbitrarias que deben ser leídas en la comprensión de los contextos literarios donde se producen. Esto se recrudece aún más en la edad media, donde la todopoderosa iglesia romana clausura cualquier tipo de posibilidad que no esté alineada a reconocer a los personajes mencionados como autores indiscutibles de los escritos atribuidos. Así, con más de mil años de dominación del pensamiento y los estudios bíblicos, se dogmatizó la clásica posición sobre los autores bíblicos.

Sin embargo, cuando después de la reforma protestante, el periodo de las luces, y el avance de nuevos métodos de investigación, las ciencias bíblicas vuelve a revisar el problema de los autores de los libros de la Biblia, muchos sectores, sobre todo, fundamentalistas, no están de acuerdo con los nuevos resultados; negándose decididamente a ir en contra de lo que la tradición había determinado. A este grupo pertenecen la gran mayoría de iglesias evangélicas, sobre todo las que provienen de misiones norteamericanas precursoras del fundamentalismo. Así, la mayoría de publicaciones hechas desde el seno de las iglesias evangélicas, como la Biblia Thompson o algunos seminarios, continuarán sugiriendo la autoría de los libros de la Biblia como lo hacen, básicamente para guardar la tradición, mas no en honor a lo que los más recientes estudios bíblicos sugieren.

2. Nuestro concepto moderno sobre los autores, el copyright

Todo este trastoque sobre los autores bíblicos puede ser perturbador para algunos lectores. A muchos les puede parecer antiético y hasta de mal gusto que la historia del libro sagrado se vea envuelta en tantos vericuetos profanos. Pero las incomodidades que puedan generar este tema son naturales, más aún cuando la discusión sobre los autores de la Biblia la hacemos desde la plataforma de nuestra comprensión moderna de las autorías literarias.

Hoy en día, cuando pensamos en la autoría de una obra, lo hacemos generalmente sobre la base del entendimiento del copyright (derechos de autor), el cual protege a la obra como patrimonio único y exclusivo del autor. Alterar este principio sería violar los derechos humanos del autor, lo que traería consecuencias legales para el culpable. En este sentido, sería escandaloso descubrir que las obras de García Márquez realmente no le pertenecen a él, sino, a uno de sus estudiantes; o que el poema más laureado de Borges, lo haya escrito antes un familiar enamorado. Es por eso que rechina a nuestros oídos, que alguien nos diga que los Proverbios de Salomón, no sean del famoso rey; o que el Apocalipsis de Juan, no pertenezca al discípulo de los evangelios. Pero esto se debe a que queremos aplicarle a la Biblia los mismos códigos éticos y legales con el que hoy en día juzgamos la realidad de la autoría de una obra; y nos olvidamos que el copyright es un derecho inventado en el siglo XVIII, bastante alejado del mundo de la Biblia.

Es por causa de esta visión del derecho intelectual sobre algo, que para nuestra cultura es importante distinguir claramente quién es el autor de una obra, pues eso no solamente legitima el valor del documento, sino, nos ayuda a comprender mejor lo que quiere decir, en función de las características de su autor. Pero, para decepción de muchos, los libros de la Biblia no se escribieron bajo estos principios, y sus medios de legitimación poco tienen que ver con saber o no quién es el autor de la obra. Para el mundo bíblico, un documento escrito tiene otras formas de validarse, más allá de quién sea su redactor.

3. La concepción antigua de la literatura y sus autores

Queda claro, entonces, que en el mundo de la Biblia, no existen los “Derechos de Autor”, sino que, como explica el profesor José Pedro Tosaus, en la antigua cultura semita, donde nació la Biblia, se escribía con otra mentalidad. La literatura era vista con ojos más comunitarios y consciencia colectiva. No interesaba saber quién era el individuo redactor, sino, en qué medida ese escrito representa el corazón de la comunidad. El nombre de un personaje que represente el escrito, solamente era necesario cuando toda la comunidad podía ser identificada con ese nombre. Por ejemplo, en el caso de los evangelistas los nombres que aparecen ahí solamente son importantes en la medida en que logran identificar a las comunidades con la fe apostólica.

Para entender mejor esta idiosincrasia, debemos tomar distancia de nuestros modelos individualistas, que buscan el protagonismo y reconocimiento del individuo, desconociendo que es el grupo, la comunidad, lo que crea y hace posible que surja cualquier pensamiento, idea, mensaje o literatura. El individuo se debe a la comunidad, por lo tanto, es la comunidad la que reclama el legítimo derecho de reconocer, valorar y perpetuar un escrito.

En esta misma línea debemos entender la pseudoepigrafía. Es decir, la atribución de una obra a un autor que no participó en la redacción de la misma. Por ejemplo, las cartas conocidas como deuteropaulinas, que fueron escritas por discípulos pertenecientes a la escuela paulina y que firmaron sus misivas en nombre de su maestro, aun cuando posiblemente Pablo ya haya estado muerto. Esto, en nuestro contexto suena fraudulento, pero no en el contexto del Nuevo Testamento. Más bien, colocar el nombre de Pablo en una carta que él no escribió, es rendir honor al maestro, haciendo vigente su pensamiento y poniendo en su boca lo que seguramente él hubiese dicho frente a una situación similar.

Además, existe otra característica importante que resaltar de la literatura bíblica antigua: se trata de una literatura abierta. Nosotros estamos acostumbrados, otra vez por los “derechos de autor”, a que nuestras literaturas sean obras cerradas. Si el autor pone punto final, nadie más tiene derecho a alterar ese texto. En cambio, en el mundo bíblico, la literatura tiene la libertad de ser actualizada por nuevas manos redactoras. Es decir, en un solo libro, podemos encontrar a muchos autores, que con el pasar del tiempo fueron actualizando el texto y dándole nuevos sentidos al primer documento. Esto para nosotros puede significar como una especie de alteración, manipulación, o distorsión del texto; pero para el judío antiguo esto significaba el aporte de nuevas sabidurías a un texto que es dinámico, y que necesita ser actualizado y renovado, así como la comunidad misma es también dinámica.

Frente a esta realidad, los defensores de las autorías clásicas se verían en un gran dilema. Pues ¿cómo puede Moisés reclamar la autoría de cinco libros de la Biblia, cuando claramente en esos libros se pueden distinguir muchas manos redactoras? O ¿Cómo podemos decir que Isaías, el profeta, escribió todo el libro, cuando claramente se distingue en el libro tres contextos históricos que sobrepasan las fronteras temporales del profeta?

4. ¿Dónde queda la inspiración divina?

No son pocas las veces cuando he tenido que explicar esto en un salón de clases, que alguien me pregunte: Profesor ¿Dónde queda entonces la inspiración divina? Pues nuestra doctrina sobre la inspiración divina, nos dice que Dios inspiró a los escritores bíblicos, independientemente de quiénes hayan sido estos. La doctrina de la inspiración no está condicionada a la autenticidad de las firmas de un autor o no. La Biblia fue Palabra de Dios para nosotros antes de saber todas estas cosas, y seguirá siendo después de esto. Sólo que ahora, sabemos un poquito más.


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J. L. Verdi
Profesor de Biblia y Teología en SEMISUD
(Seminario Sudamericano - Ecuador)

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martes, 20 de septiembre de 2016

EL VALOR DE UNA ESPERANZA QUE DUELE - Por: Abiud Fonseca




En esta oportunidad, les presento una reflexión presentada por mi amigo, el pastor Abiud Fonseca en una de las reuniones familiares en "Capilla del Valle" - Quito.


 “Y David respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí”  1 Samuel 12.22-23

Me gustaría tener la plena seguridad para decirles que los problemas de todos serán solucionados, que mañana caerá dinero y todos pagarán sus deudas, que todos los enfermos sanarán, que todos los hogares rotos serán reconstruidos. Me gustaría, pero no puedo, porque no será así. No porque no crea en un Dios de milagros, sino porque también creo en un Dios que le ha dotado al ser humano de una herramienta poderosa que le hace vivir triunfante a pesar del dolor: LA ESPERANZA, creo en un Dios de esperanza.
La vida no es fácil para ninguno, y en medio del sufrimiento, pedimos y buscamos con afán algo que nos saque prontamente del dolor, pero yo me pregunto, ¿eso es “esperar” o “desesperar”?. Queremos ser sanados, tener más dinero, conseguir un mejor empleo, salir de la pobreza, reconciliarnos y muchas otras cosas; y pedimos ansiosamente a Dios que haga un MILAGRO, sin embargo la respuesta que queremos no llega. ¿Será que más bien debemos aprender a vivir, poniendo nuestra esperanza en las cosas que Dios nos ha dado y no en las que aún no nos da?
¡Señor sana a mi hijo, resucítalo!, eso quería la gente que David hiciese en el texto de arriba, pero él dijo: ¿para qué?, ¿podré yo hacerle volver? No, lo que puedo hacer es vivir sabiendo que yo voy a él y lo veré, no que él volverá a mí. ¿Duele verdad?, pero vale, vale más que poner esperanzas en cosas que no pasarán…
El pueblo de Israel, así como tú y yo, atravesó por muchas situaciones críticas, lo interesante es que en todas ellas siempre recordaban y leían el libro de Job. Y es que la historia de Job es dura, pero esperanzadora. Su historia es como la de muchos de nosotros. Él lo tuvo todo, pero por largos años sufrió el dolor de la espera: perdió su familia, su riqueza, su poder y su salud, y miraba a su alrededor cómo las cosas eran mejores para otros, y para él cada vez la situación era más caótica. Pero Job en su humanidad incrédula y débil, en medio del más terrible dolor humano tuvo que aprender a vivir con esperanza.
La esperanza nace cuando honestamente nos comenzamos a hacer muchas preguntas, pero la desesperación llega cuando nos quedamos sólo en las preguntas. Job tuvo muchas preguntas y no las ocultó, sino que las expresó libremente llegando a increpar al mismo Dios. Pero lo interesante es que el desesperado Job encontró el camino a la construcción de una esperanza, preguntando, inquiriendo y peleando con el mismo Señor.
No debemos tener miedo de mostrarnos ante Dios tal como somos y estamos, porque siendo honestos con él, podremos construir nuestra esperanza como lo hizo Job. Los problemas nos deprimen, entristecen, agobian, enojan… Y ¿por qué Dios no debe saber de nuestra situación?

1.      ¿CUÁNDO COMENZÓ TODO? (Job 29)
Job levantó su voz y dijo:
“¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba!... Como fui en los días de mi juventud… Cuando aún estaba conmigo el Omnipotente…”
-          En medio de la dificultad, siempre miramos al pasado procurando encontrar el porqué de nuestra situación.
Yo era tan feliz, tan próspero, tan sano… pero, ¿qué pasó?... Ojalá volviesen los días cuando todo era bueno. Muchas veces las cosas malas llegan cuando nada digno de castigo hemos hecho. Hemos vivido bien, por lo menos mejor que los que nos rodean, y a pesar de eso llega la enfermedad, el dolor, la tragedia a nuestras vidas, pensamos ¿en qué fallé?, ¿en qué momento vino todo esto?
Tengo un amigo pastor que se casó con una gran mujer, excelente sierva de Dios y de un gran corazón, tuvieron su primer hijo, que crecía sano y muy lindo, ellos servían al Señor con muy buen testimonio, un gran conocimiento de la Palabra y un corazón muy generoso. Llegó el segundo hijo, pero el embarazo no fue bueno y la madre, a causa de un raro síndrome, prácticamente expulsó al niño con menos de 7 meses, el niño vivió sólo 40 días y luego murió. La mamá quedó imposibilitada de quedar otra vez embarazada. Al cabo de algunos meses, el hijo mayor enfermó de fiebre, los doctores no supieron controlar esa fiebre y después de una semana de lucha, también murió.
¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba! ¿Por qué, por qué, por qué? Son preguntas que inundan. Pero, ¿acaso creemos que con los muchos porqués haremos que la situación revierta? Mirar el pasado y buscar razones no solucionará nuestro problema, ¿cómo podemos corregir lo que ya fue?, ¿será más bien que debemos mirar el futuro y construirlo con lo que hoy somos, tenemos y podemos?
-          Y comenzamos a increparle a Dios: ¿Dónde estuvo cuando inició todo nuestro dolor?, o ¿por qué nos envió tanto dolor?
Y es que viene gente y nos dice que seguramente Dios ha tenido algún propósito con nosotros, que quiere darnos una lección o que por algún diseño divino estamos sufriendo. Palabras que pueden generar cierta paz, hasta que comenzamos a preguntarnos, ¿y qué propósito injusto tiene Dios con nosotros que nos manda semejantes males?, ¿quién es ese Dios que ha diseñado un macabro plan para darnos una lección?, ¿qué lección quiere darnos con un mal tan doloroso?
Cuando sus amigos vinieron a Job con esas palabras, él proclamó:
“¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla. Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos… Mis pies han seguido sus pisadas; guardé mi camino, y no me aparté. Del mandamiento de sus labios nunca me separé; guardé las palabras de su boca más que mi comida. Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo… Dios ha enervado mi corazón, y me ha turbado el Omnipotente” Job 23
Y es que nos empecinamos a encontrarle razones a todos nuestros males, y cuando no las encontramos, se las cargamos a Dios, y en vez de encontrar paz, más bien generamos más desesperación: ¡Por qué Dios!
Entonces, DEJA DE PREGUNTARTE POR EL PASADO Y MIRA LO QUE HA DE VENIR… DUELE, PERO VALE… Esa es la esperanza, ver al Dios que ayuda y ayudará, y no culpar a Dios por andar determinando lecciones injustas para nosotros.

2.      ¿POR QUÉ DIOS SE ENSAÑA CONMIGO? (Job 10)
“Diré a Dios: No me condenes; hazme entender por qué contiendes conmigo ¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos?... Tus manos me hicieron y me formaron; ¿y luego te vuelves y me deshaces?... Renuevas contra mí tus pruebas, y aumentas conmigo tu furor como tropas de relevo”
-          Cuando el dolor es tan fuerte y las cosas parecen empeorar, comenzamos a creer que somos los dueños de todo el dolor del mundo y que Dios se ha ensañado contra nosotros.
¡Qué palabras fuertes las de Job!, pero ¿no has sentido tú lo mismo alguna vez? Cuando acaba de suceder algo y viene otra tormenta, y otro dolor: “Renuevas contra mí tus pruebas, y aumentas tu furor”.
Y es que no aceptamos la vida, ni el camino que nos ha tocado caminar sin quejarnos y culpar a Dios de nuestras desgracias. Queremos que la vida sea como nosotros la deseamos, nuestro capricho y egoísmo nos nublan y nos hacen pensar que sólo hay felicidad cuando todo nos sale como lo hemos pensado, y nos desesperamos cuando algo sale fuera de nuestro control.
No estaba esta enfermedad en mis planes, entonces, ¿La vida dejó de ser vida?, ¿dejó de tener razones?... y lo peor es que justificando nuestro egoísmo, culpamos a Dios de nuestras desgracias.
Y es que es tan difícil ver al Dios que infunde valor, fuerza, ánimo, ¡vida!; y más bien preferimos cuestionar su amor y su justicia.
“¿Por qué me sacaste de la matriz? Hubiera yo expirado, y ningún ojo me habría visto… Cesa, pues y déjame, para que me consuele un poco” (Job 10.18)
-          Muchas veces responsabilizamos a Dios de nuestras desgracias y nos olvidamos que las cosas de la vida sólo suceden, y no es que Dios nos quiera hacer daño.
Me gusta el salmo 121 que dice: “Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro?”… Pero nuestra oración a veces es: Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vino mi desgracia? Porque creemos que Dios ha diseñado todo para hacernos mal… Cuando, en realidad, el mal viene por algún descuido nuestro, o por personas que hacen el mal, o por accidentes. En medio del problema, Miremos al Dios que nos ayuda y no lo culpemos más

3.      ¿POR QUÉ A OTROS SÍ Y A MÍ NO? (Job 21)
Pero hay más preguntas, más porqués. Job miraba a su alrededor y veía a los injustos tener mejor condición que él y decía:
“¿Por qué viven los impíos, y se envejecen, y aún crecen en riquezas?... Ni viene azote de Dios contra ellos… Dicen… ¿Quién es el Todopoderoso para que le sirvamos?”
-          Nos duele que siendo “justos y buenos” nos vaya mal y a otros “no son tan buenos” les vaya mucho mejor.
-          Nos decepciona que otros se sanen, consigan trabajo, obtengan milagros y nosotros no.
Queremos obligarle a Dios a hacer lo que nosotros queremos ¡Haz un milagro! Vemos que otros sanan y nosotros no, y nos preguntamos ¿por qué? Y nos desesperamos procurando forzar a Dios a hacer algo para que nuestra vida sea lo que nosotros hemos entendido por vida.
Una amiga que tiene una hija con síndrome de Down, dijo algo realmente muy sabio, cuando unos amigos comentaron: Pobrecita, cuánto sufrimiento, qué pena por tu hijita, no debe tener una vida normal, mi amiga respondió: Por el hecho de tener una vida diferente a la nuestra no significa que sea peor que la nuestra. Ella disfruta cada momento y no ha tenido que ser como nosotros para ser feliz.
Pero duele entenderlo, que no tengamos algo que otros tienen, no significa que nuestra vida es peor o más miserable. No significa que debemos obligarle a Dios que haga con nosotros como lo ha hecho con los demás.
Si ves a otros recibir milagros, no significa que tu vida es peor que la de ellos, ni significa que tú necesites de ese milagro para vivir bien, porque puedes vivir bien con otras cosas que de seguro ni cuenta te has dado que tienes.
Pero, en nuestra obstinación, como Job decimos:
“Clamo a ti, y no me oyes; me presento, y no me atiendes. Te has vuelto cruel para mí, con el poder de tu mano me persigues” (Job 30.20-21)

4.       DIOS DICE: ¡PÓRTATE COMO “HOMBRE”! (Job 40)
Entonces Dios respondió a Job diciendo:
“Pórtate como hombre y responde: ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?... ¿Quién ordenó sus medidas si lo sabes?... ¿Has mandado tú a la mañana en tus días?, ¿has mostrado al alba su lugar?... ¿Es sabiduría contender con el Omnipotente?...”
Será que también necesitamos que Dios nos responda claramente diciéndonos: ¡Pórtate como hombre!, ¡pórtate como mujer! ¿A quién le quieres decir lo que debe hacer?, ¿a quién le quieres obligar a hacer algo sólo porque tú crees que así debe ser?
-          La esperanza en Dios no es obligarle a hacer lo que él no debe o no quiere, sólo para nuestra satisfacción.
La esperanza en Dios no es desesperar por un milagro. Es agradecerle porque Él lo hizo, y agradecerle también si no lo hizo. Esperanza es agradecer a Dios por la vida que nos ha tocado vivir y sacar el mayor provecho de ella. Duele, pero es una esperanza que vale, que da valor a la vida.
“Pórtate como hombre y responde: ¿Invalidarás tú también mi juicio?, ¿me condenarás a mí, para justificarte tú? ¿Tienes tu brazo como el de Dios?” (Job 40.7-9)
-          La esperanza en Dios no sólo es que el dolor se vaya, sino es que debemos tener valor de enfrentar las cosas, aunque esto duela.
No culpemos a Dios de nuestra desgracia, ni le culpemos porque no nos saca del mal en que estamos. Alabémosle porque en medio de la desgracia nos da fuerzas para vivir, agradezcámosle por lo mucho o poco con lo que nos ha tocado vivir. Esperemos su ayuda y aceptémosla y vivamos…
Un sobreviviente judío de un campo de concentración nazi, escribió: “Dios no nos debe nada, nosotros le debemos la vida por los pocos o muchos años que vivamos”.
Entonces debemos tener el valor de enfrentar la poca o mucha vida que Dios nos ha dado y vivir, compartiendo, amando, perdonando, siendo y haciendo felices.
-          La esperanza en Dios es saber que Dios cree en que nosotros podemos: “Y yo también confesaré que podrá salvarte tu diestra” (Job 40.14)
Me gusta mucho la franqueza con que Dios responde a Job, es la misma franqueza con la que hoy nos habla:
“Adórnate de majestad y de alteza, y vístete de honra y hermosura”
Ánimo hermano, ánimo hermana… Vístete de la gloria que tu Dios te ha dado. Revístete de gozo y deja el lamento.
“Mira a todo altivo y abátelo, mira a todo soberbio y humíllalo y quebranta a los impíos en su sitio. Encúbrelos a todos en el polvo…”
Mira tu enfermedad, no es más que polvo; mira tu depresión y abátela, acábala; mira tu tristeza y humíllala; mira tu pobreza, es polvo; quebranta tu dolor, derrota tu aflicción; sé valiente, que no te ganen; esfuérzate que no sean más que tú. Si van a estar allí por el resto de tu vida, humíllalos, abátelos y REAFIRMA TU ESPERANZA EN AQUELLAS COSAS QUE VALEN LA PENA… en ¡Cristo! Que ha venido a darte nueva vida…
Y dice Jehová de los Ejércitos: “Y yo también confesaré que podrá salvarte tu diestra”…
Dios ha puesto en tus manos tu esperanza. Dios te dice: ¡Pórtate como hombre! Tú, sí puedes.
Y si tienes que portarte como hombre, como mujer, por toda la vida, hazlo. Seguramente dolerá, pero vale. Porque estarás poniendo tu esperanza en lo que construye, a pesar que tengas que aceptar vivir con un dolor en tu cuerpo; el apóstol Pablo vivió con un aguijón en su carne toda su vida, pero vivió triunfante.

Hermano, hermana… SI EL SUFRIMIENTO NUNCA SE VA, QUE TU ESPERANZA NUNCA SE AGOTE… PORQUE ALGÚN DÍA, JESÚS MISMO LO DIJO, ALGÚN DÍA DIOS SECARÁ TODAS NUESTRAS LÁGRIMAS.
Job esperó con dolor, y triunfó porque recuperó todo lo que había perdido.
Pero aún si en esta vida no logramos recuperar o alcanzar lo que buscamos, Si no nos sanamos, si nuestros padres no se reconcilian, si no logramos el trabajo deseado, si no regresa el que nos abandonó… sigamos viviendo con ánimo y fe, porque llegará el día en que:
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor…” (Ap. 21.4)
Así es hermano y hermana, cuando él venga por nosotros NO HABRÁ MÁS LLANTO, NI DOLOR… Cuando Jesús venga, nuestra esperanza habrá triunfado… Nuestra esperanza habrá alcanzado la meta.
Y Jesús dice: ¡He aquí yo vengo pronto!... Renueva tu esperanza en las palabras que él mismo dijo: ¡Ciertamente vengo en breve!... Amén, sí, ven, Señor Jesús.

Hay valor en una esperanza, aunque duela.



* Parte de esta reflexión está basada en el libro de Harold Kushner: "Cuando la gente buena sufre".

lunes, 5 de septiembre de 2016

IGLESIA DE DIOS, 130 AÑOS SIENDO IGLESIA



Era enero de 1991, el camión de mudanza había llegado y los adultos subían presurosos los paquetes, empezando desde los más grandes. Cuando subieron la mesa y las sillas, la sala de la casa, donde hace un par de días festejamos mi cuarto cumpleaños, quedó vacía. Yo observaba sentado en el tercer peldaño de la escalera que daba al segundo piso. El segundo piso también estaba vacío. Mi padre, don Bertilo Verdi, entró para recoger las últimas fundas que quedaban en un rincón de la cocina - ¿vamos? - Me preguntó. No podía negarme, la ilusión en sus ojos me inspiraba confianza. Con esa mirada, que nunca más se fue de su rostro, lo seguiría a cualquier parte – ¿Puedo viajar en la canasta de arriba del camión? - Le pregunté. Asintió, y algunas horas después, mis cinco hermanos, mamá Edith, y yo, viajábamos hacia el interior del país, guiados por papá, un hombre que lo dejaba todo para pastorear, por fin, su primera iglesia.

Doce horas después, llegamos a la calurosa Pucallpa, una pequeña ciudad ubicada en el corazón de la selva peruana. Bajé del camión y miré el enorme letrero de nuestra nueva casa, que decía: Iglesia de Dios del Perú, templo “Cristo Viene”. Mientras descargaban el camión, los adultos conversaban sobre nuestro encuentro con los terroristas en el camino, cuando detuvieron el carro para pedir cuota. Caminé por el pasillo hacia el interior de lo que sería nuestro nuevo hogar. Cuando me encontré adentro, quedé maravillado, era todo lo que un niño de cuatro años podía desear. La casa ya no era de dos pisos, ni de ladrillos, no tenía tantas habitaciones y no encontraba el baño. Teníamos un solo ambiente con paredes de madera y techo de calaminas de zinc. Ya no tendría que dormir solo, ahora compartiríamos la habitación con mis hermanos. La lluvia nos arrullaría durante la noche con ese sonido agradable cuando pega la calamina. Mamá no tendría que preocuparse más por barrer y trapear el piso, pues todo era de tierra, el lugar perfecto para hacer caminos y jugar canicas. El baño estaba al otro lado del patio, ya no necesitaba ayuda para subir a la taza, pues no tenía una ¿Y la ducha? Tampoco era necesaria, sólo había que llenar una tina con agua y bañarte en medio del patio si querías. Todo parecía un sueño, no sé si papá apreciaba lo mismo que yo, pero se veía más emocionado. Abrió una puerta, de esas que hacen mucho ruido, y entró a un salón donde habían algunas bancas, yo entré detrás de él. Caminó hacia el lugar más elevado del salón y se paró en el púlpito, volteó a verme, y me dijo - Aquí estamos – Luego cerró los ojos y dijo - Aquí estoy, Señor –

Hoy, 25 años después de aquel día, todavía me pregunto ¿Qué hizo que Bertilo, y como él, miles de hombres y mujeres hayan dejado sus casas, estabilidad laboral, familia, pueblos… para enlistarse en las filas de los obreros de la Iglesia de Dios en todo el mundo? ¿Qué hizo que hoy, 25 años después de ese día, el niño de cuatro años haya seguido los pasos de su padre y se haya sumado también a la causa del evangelio con la cobertura de esta histórica denominación?

Hace dos semanas nuestra Iglesia de Dios ha cumplido 130 años de fundación, y es en este contexto que he decidido reflexionar sobre algunos asuntos fundamentales que han hecho, a mi parecer, grande a esta iglesia. No hablaré de sus debilidades como institución, aunque no son pocas; tampoco quiero hablar de los desafíos que nos quedan por delante, ni de lo que nos faltó hacer en todo este tiempo. Mi propósito es poner de relieve lo que considero es la columna vertebral de nuestra iglesia. Aquello que la ha mantenido de pie en medio de las tormentas y esas columnas que, 130 años después, todavía la hacen vigente, robusta y militante en su compromiso con el evangelio del Reino de Dios.

Ser iglesia a partir de la experiencia

La Iglesia de Dios es una comunidad que se configura a partir de las experiencias genuinas en la fe de las comunidades. No reproducimos modelos estáticos y prefabricados en el que todo miembro deba encajar. Más bien, se privilegia la diversidad de expresiones místicas y litúrgicas que hay en la Iglesia de Dios en todo el mundo, a pesar de ser una misma denominación. Y aunque algunas personas han pretendido reproducir modelos cerrados de espiritualidad, la experiencia pentecostal nos recuerda, cada vez, que el Espíritu es libre como el viento, que sopla donde quiere y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va.

Esto ha hecho que, ya sea en el campo o en la ciudad, la iglesia ha sabido establecerse respondiendo a las demandas de una comunidad que vive su fe desde su propia experiencia de salvación en Jesucristo. Es por eso que a la Iglesia de Dios no hay que juzgarla desde lejos, apreciando su inmensa jerarquía institucional, pues este mal necesario de la institucionalización debe entenderse a partir de las bases que son las que realmente sostienen el armazón. Y en las bases, se encuentran comunidades que han hallado en esta iglesia una plataforma que les propicia un encuentro con el Dios gringo, cholo, indio, negro, chino, joven, viejo, niño, etc., según sea su espiritualidad.

Ser iglesia a partir de la Palabra

Con esta afirmación, no me refiero a la reproducción del primer punto de la declaración de fe (Creemos en la inspiración verbal de la Biblia), ni intento validar las muchas interpretaciones bíblicas hechas desde un literalismo impráctico, en su mayoría herencia del fundamentalismo teológico norteamericano, y de las que a veces nos sentimos, lamentablemente, orgullosos. Más bien, creo que la Iglesia de Dios, como comunidad eclesiástica configurada a partir de experiencias genuinas, ha entendido, aunque no lo ha articulado sistemáticamente, el encuentro con el Dios que habla a través del texto, pero con un hablar que trasciende las dimensiones literarias y envuelve a la historia misma como sujeto receptor de la revelación divina.

Es decir, para la Iglesia de Dios, ser iglesia a partir de la Palabra, no se refiere solamente a la lectura del texto bíblico como fundamento de su teología y práctica cristiana, sino, que el punto de partida de esa lectura siempre es algún tipo de experiencia. Para nuestra comunidad, la Palabra de Dios, antes de ser leída, es vivida, porque su hablar se encuentra en la vida, individual o comunitaria, de un acontecimiento significativo.

Este principio puede no gustar a muchos, sobre todo a quienes gustan de interpretaciones rígidas y normativas del texto bíblico. Y aunque, como profesor de Biblia, me gustaría que a veces mis lecturas se impongan a otras, agradezco pertenecer a una denominación donde la lectura “ingenua” y popular de la Biblia, es uno de sus baluartes fundamentales. Amo llegar a una Iglesia de Dios de cualquier país, y encontrarme con interpretaciones remotamente imaginables en un salón de clases de SEMISUD ¿cuestionables? ¿Sin respetar algunos principios hermenéuticos básicos? Es posible. Pero tienen algo que legitima sus lecturas, y es que esa interpretación no salió a partir de ningún comentario bíblico o práctica exegética, sino, del sentir libre y devoto de un pueblo que oye al Dios que habla en el devenir de su historia colectiva. Entonces, la Biblia no se convierte en un texto lejano, indiferente e inentendible, sino, en el eco de un conjunto inagotable de experiencias humanas que van encontrando sentido a la luz del testimonio escrito de un pueblo que también supo oír al Dios que habló en su historia.

Ser iglesia a partir de la contemplación

En la experiencia pentecostal, como es la de la Iglesia de Dios, el encuentro con Dios no es unilateral. Buscar a Dios no significa que él esté oculto sin ánimo de encontrarnos. El encuentro con Dios es una experiencia bidireccional, nosotros vamos hacia él y él viene a nosotros. En ese sentido, el encuentro con Dios genera una experiencia dinámica de asombro mutuo ¿De asombro mutuo? ¿Acaso Dios también se asombra de encontrarse con nosotros? Para la espiritualidad pentecostal, sí. Dios participa de nuestras experiencias, aflicciones, triunfos, sueños y desesperanzas. Ahí radica el fundamento de nuestro énfasis contemplativo, dejarse asombrar por la gloria de Dios, contemplar al Dios viviente, y dejarse envolver por su asombro, cuando viene sobre nosotros en una de las experiencias pentecostales más sublimes: el bautismo en el Espíritu Santo con la evidencia del hablar en lenguas.

Esto coloca a la vida contemplativa como motor fundamental para cualquier cosa que tenga que ver con la vida cristiana, dentro del marco de la espiritualidad de nuestra iglesia. A veces este énfasis puede tener efectos enajenantes en la práctica de la fe, pero el principio está en que todos los campos de acción de una vida en Cristo, tienen su punto de partida en la contemplación, o lo que se conoce comúnmente como la vida devocional (o espiritual). Este punto es de suma importancia, pues es aquí donde todo lo demás tiene sentido. Para la Iglesia de Dios, a veces puede ser más prioritario un día de ayuno, que un día de asistencia social comunitaria. Pero esto no es, como algunos dicen, porque creamos que lo primero sea más importante que lo segundo, sino, porque pensamos que lo segundo se hace verdaderamente trascendente cuando está sostenido por un encuentro previo con lo divino; de lo contrario, la asistencia a la comunidad puede reducirse a un mero activismo, solidario, pero incapaz de ser transformador.

Ser iglesia a partir del servicio

Esto último, es una consecuencia legítima del apartado anterior. Y con esto quiero aclarar, de inicio, que aquí no apelo solamente a ser una iglesia que realiza actividades de acción social y ayuda comunitaria. Sino, a ser una comunidad que entiende su responsabilidad con el prójimo a partir de un encuentro genuino con el Dios de la vida. Solamente ese encuentro puede generar en el cristiano un auténtico compromiso por el servicio, pues el encuentro contemplativo y de asombro con el Dios de la vida, muestra al ser humano su finitud, su vulnerabilidad; y es en el reconocimiento de su contingencia cuando surge, naturalmente, el sentido solidario del servicio y la valoración igualitaria de nuestras relaciones con el prójimo.

Así es como la Iglesia de Dios, se ha constituido por 130 años como una comunidad global de servicio, pues teniendo como fundamento de su práctica de fe la vida contemplativa y la experiencia mística con el Espíritu, ese encuentro, no hace otra cosa, sino, impulsar el espíritu de servicio a través del cual ninguno se sabe mayor que el otro. Es sencillo distinguir en nuestra comunidad cuando alguien se ha desviado de la práctica que le brinda identidad a nuestra fe. Cuando algún miembro ha perdido el espíritu de servicio, es porque ha decaído su asombro, y pretender una vida de fe sin asombro y sin servicio, es entregarse en brazos de la tiranía y la práctica insensible de una vida religiosa distorsionada.

No hay que abstraerse demasiado para evidenciar este concepto en nuestra iglesia, solamente hay que entrar a una de ellas, a cualquiera en cualquier parte del mundo, e inmediatamente seremos abordados por un espíritu de servicio único, solamente posible en la comunión de la iglesia con el Espíritu.

Felicidades

Finalmente, pienso en los cuatro principios que he mencionado y mi pregunta alcanza por fin una respuesta. Los miles de obreros que como don Bertilo y yo hemos decido entregar nuestra vida al evangelio, resolvimos hacerlo bajo el manto de esta noble denominación porque en sus cimientos se han consolidado los pilares que menciono. Aquello, ha hecho que, como los discípulos en Juan 1,38-39, decidamos morar en esta casa y ser parte de esta gran familia. Por eso, en sus 130 años, expreso con sincero orgullo mis más profundos parabienes a todos los que hacen parte de esta gran familia alrededor del mundo. Feliz Aniversario.

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J. L. Verdi
Profesor de Biblia y Teología en SEMISUD
(Seminario Sudamericano - Ecuador)

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